La situación nacional del agua ha puesto a replantearse a más de un político el futuro próximo. Gobernadores morenistas de varios estados, como Sonora o Baja California, han buscado al gobierno federal para expresarles el temor de volverse, en un futuro inmediato, un espejo de la crisis de agua de Nuevo León.
El sonorense Alfonso Durazo fue atendido por el secretario de gobernación Adán Augusto, cuya propuesta más seria fue el chascarrillo de ir trayendo un ducto desde Tabasco, pues por allá abunda. Mientras, Marina del Pilar Ávila, gobernadora de Baja California, fue canalizada hacia Marcelo Ebrard y relaciones exteriores, puesto que la crisis hídrica de la entidad cruza por la cantidad de agua que recibe de Estados Unidos del Río Colorado y las presas del Gran Cañón, que experimentan su mínimo histórico.
En Puebla el gobernador Luis Miguel Barbosa quiso atajar de una sola vez las especulaciones y citó a la titular de medio ambiente estatal, Beatriz Manrique, para informar del estado de las presas poblanas y el destino de sus contenidos. Esto, especialmente, ante reacciones en redes sociales a los bajos niveles de la presa de Valsequillo, haciendo honor a su nombre, valle de sequero, o sea, tierras sin riego.
La presa Manuel Ávila Camacho, nombre oficial de Valsequillo, está peligrosamente abajito de un cuarto de su capacidad, aunque parte de la razón es que tiene sus compuertas abiertas suministrando su correspondiente tandeo al Distrito de Riego 030, planteado para atender a más de 33 mil hectáreas. La presa no provee agua para consumo humano –gracias al altísimo– en buena medida por la pésima calidad del agua que contiene.
A finales de mes, cuando se terminen de repartir los 265 mil millones de metros cúbicos de agua acordados, se cerrarán las compuertas para buscar recuperar su nivel con las lluvias de temporada. Recordemos que hace apenas un año, para la segunda quincena de septiembre, nos estábamos tronado los dedos especulando con su desbordamiento en el Atoyac al llegar al 99.37 por ciento de su capacidad y recordar la desgracia de las inundaciones en Tula.
En el resto de las presas (diez planas de “las hidroeléctricas no son energía renovable”) tenemos de chile, dulce y manteca. Necaxa y Tenango apenas llegan al cuarto de capacidad, La Soledad le va pegando a la mitad, y Nexapa, Huachinantla, Peña Colorada y Boqueroncitos están para ver el vaso casi lleno.
Donde el vaso ha estado más que vacío es en las zonas que dependen completamente de las lluvias para sus cultivos. Por ejemplo, Zacatecas, que ha sembrado menos de una catorceava parte de sus 460 mil hectáreas de frijol, tiene menos de diez días para recibir una lluvia de a deveras, o veremos, además de más de cien mil campesinos frijoleros sufrir, el precio de la leguminosa dispararse de nuevo.
Un problema similar enfrenta el estado de Puebla. Este martes el gobernador del estado autorizó una bolsa de 72 millones de pesos para atender a agricultores poblanos, en la zona de la Mixteca y los Valles Altos en 73 municipios, que hayan sufrido más de treinta días sin lluvias y visto sus cultivos afectados. La medida como mecanismo para evitar la descapitalización es útil, pero no alivia de la misma manera el objetivo principal de producción de alimentos, tan importante en estos momentos geoeconómicos.
Con 72 millones se podrán atender, con los montos que típicamente se otorgan, unas treinta y cinco mil personas, pero si lo diluyen en un valor menor –por la naturaleza de granos y forrajes de los cultivos–podremos ver hasta los cincuenta mil apoyos.
Tecnificar el regado de una hectárea puede costar desde quince mil pesos, con riegos por compuerta, el doble, para un riego por aspersión, y el cuádruple, para un riego por goteo; siendo los anteriores sistemas de riego que aumentan la eficiencia del uso del agua en las mismas proporciones que su costo- ¿Pero si no hay ni agua, con qué ojos, divino tuerto?