El tejido social, es un concepto que todos los políticos utilizan y que muy pocos conocen; es la estructura básica de las comunidades y la base organizacional de la sociedad. Había estado deslavado, bastante raído, pero actualmente ya se rompió.
Este importante tejido político y socioeconómico, está compuesto por las autoridades formales y las representaciones de las distintas organizaciones sociales, productivas, ambientales, sectoriales y grupales de las comunidades y de la sociedad.
Este tejido es una gran red de arterias de comunicación en el orden piramidal del poder público que facilita el conocimiento de lo que pasa en cada comunidad o núcleo social, de sus problemas, necesidades y circunstancias que ameritan la atención de los gobernantes.
Es fundamental en un país tan diverso compuesto por 32 entidades federativas, 2 mil 400 municipios, 36 cuencas hidrográficas, 250 regiones, 750 microregiones, 32 mil 500 ejidos y comunidades agrarias y 199 mil núcleos de población.
Aun cuando la democracia se sustenta en la decisión de las mayorías y el poder emana del pueblo, lo cierto es que al pueblo es al que menos se le escucha y se le engaña muy fácilmente.
Solo medianamente se escucha al pueblo, cuando se anda en campaña por los cargos y cuando los ciudadanos dicen cosas agradables del gobernante o representante. Cuando los representantes del pueblo hacen peticiones o reclamos, dejan de ser escuchados y se inicia un alejamiento de ellos y de la realidad.
El tejido social está roto porque en México hace muchos años que no hay planeación para atender los problemas nacionales reales, debiendo hacerla desde abajo, desde las comunidades y los sectores productivos y ambientales, para priorizar, cuantificar las necesidades y programar su atención de acuerdo con las posibilidades técnicas y económicas.
Pero cada sexenio se inventa el país, y así la pobreza permanece, y problemas como el deterioro ambiental, la basura, la deforestación, las aguas residuales en barrancas y ríos, la falta de agua potable y la inseguridad pública se van incrementando, entre otros muchos.
El tejido social está roto porque se ha debilitado y dejado de escuchar a las organizaciones y sus representantes con el pretexto de la corrupción o por razones de afinidad política. Con ello, se ha profundizado el desconocimiento de las necesidades de la gente y se ha postergado su atención, complicando y encareciendo su solución para quien lo deba hacer más adelante.
El tejido social se rompe cada vez que no se acata la ley para atender la buena marcha de la administración pública; cuando los consejos técnicos o comisiones intersecretariales dejan de convocarse para evitar los desagradables reclamos de las organizaciones sociales.
Se rompe cuando las políticas centralizan las decisiones, desconocen la realidad y dejan sin margen de maniobra a las autoridades locales que no cuentan con los medios mínimos para atender a la gente, principalmente pueblos, juntas auxiliares y municipios que son el primer y más importante contacto con la gente en este tejido social.
El tejido social se rompe cuando los presupuestos para las necesidades se centralizan, se orientan de forma asistencialista con tendencia electorera y se olvidan las necesidades regionales y de las comunidades. Cuando estos presupuestos olvidan el fomento a las actividades económicas, desconocen los potenciales locales generando escasez de bienes y alimentos que promueven entre otras consecuencias su encarecimiento, inseguridad pública y migración de la gente.
Es ya muy común ver a las autoridades auxiliares, municipales y hasta gobiernos estatales con la típica y popularizada respuesta “No hay, no hay” ante la gestión de proyectos y exigencias básicas de los ciudadanos. También es común ver las largas filas en las oficinas públicas o por la vía digital, para obtener una cita para trámites necesarios para promover actividades económicas como sucede en el Servicio de Administración Tributaria (SAT), Registro Agrario Nacional (RAN) o la Comisión Nacional del Agua (CONAGUA), entre otras.
El tejido social se rompe cuando los fenómenos naturales como la sequía, las heladas, inundaciones o granizadas, afectan las cosechas o los bienes de las familias y no hay los mecanismos financieros, ni corruptos ni honestos, para hacerles frente. Misma situación que ocurre con los terremotos, cuya atención ha sido cuestionable por tardía e insuficiente.
La política, el arte de unir a las personas, curiosamente se ha empeñado en romper y devaluar la estructura que debiera fortalecer el desarrollo de las comunidades, de los estados y de México.