Hay asuntos que pueden levantar cierto morbo, especialmente los más carnales, no obstante, hay temáticas que deben tocarse por ser de interés para la conversación pública. Al presidente le hemos visto una y otra vez tener coqueteos y guiños, aunque es en este año cuando sus flirteos han cuajado.
Si bien el presidente hubiera querido que fueran cubanas, no salió perdiendo, pues resultaron argentinas y brasileñas. Claro, estamos hablando de la importación de carne de Argentina y Brasil de pollo, cerdo y res, en el afán de buscar reducir costos y enfriar la candente inflación que anda quemando los bolsillos mexicanos.
Las condiciones para la importación de carne son estrictas, puesto que el presidente quiere que entre limpia, madura y sin hueso. Faltaría más.
Que sea madurada y deshuesada no es por las mañas personales de algún funcionario del Servicio Nacional de Sanidad, Inocuidad y Calidad Agroalimentaria (SENASICA), pero para reducir los riesgos sanitarios de glosopeda; no, ese no es algún exceso etílico, estamos hablando del nombre técnico de la temida fiebre aftosa.
No es poca cosa, la última vez –hace 75 años– que como país nos pegó de lleno la fiebre aftosa tuvimos que recurrir al “rifle sanitario”, un eufemismo para decir que había que matar a los animales para evitar la propagación. En esa ocasión la fiebre aftosa nos vino de Brasil a través de cebúes, el miedo no es gratuito.
Brasil, aunque tiene zonas declaradas libres de fiebre aftosa y un estatus de “riesgo insignificante”, sigue teniendo brotes sanitarios de importancia, como uno de las vacas locas en el estado de Pará el febrero pasado. Argentina, por otro lado, es un cuento más escabroso, donde los brotes son más comunes.
Con Brasil llevamos 12 años en negociaciones para importar carne –con Argentina 20– pero parece que la relación de piquete de ombligo de AMLO con Lula da Silva y Alberto Fernández ha lubricado todos los procesos.
México es autosuficiente hasta el 80% de sus necesidades pecuarias –con 4 millones de toneladas de pollo, 3 de blanquillos, 2.2 de res y 1.7 de cerdo– gracias a una robusta industria nacional; insertar al mayor exportador global de res –Brasil– o al engordador de ganado más barato del mundo –Argentina– en la jugada ha puesto a algunos a palpitar.
Sin embargo, las jugadas van hacia ambos lados. México se ha comenzado a preocupar por una iniciativa de etiquetado en Estados Unidos, donde se indicaría que un muslito –o cualquier pieza cárnica– es “Producto de USA”. Se podrá preguntar dónde está el riesgo, y es que México exporta al año casi 3 mil millones de dolarucos entre reses y cerdos, que podrían estar en riesgo ante un carnudo nacionalismo.
El precio de la canasta básica son uno de los más lacerantes y actuales problemas para la sociedad mexicana, por lo que intentar reducir sus costos sería imperioso para cualquier gobierno, aunque no a costa de la sanidad pecuaria y salubridad nacional; se puede ser puerco, pero no marrano.