Aunque apenas el día de ayer estábamos celebrando el día de los niños, cuando se recuerda con agridulce evocación aquella fantástica época donde lo maravilloso es que cualquier cosa es maravillosa por sí misma, hoy, es momento de comenzar a preocuparse por el Niño que vendrá el año que sigue.

Han pasado casi cuatro años sin que tengamos un El Niño, por supuesto haciendo referencia al fenómeno climatológico más importante de nuestro país. Uno que afecta tierra y mar, lo que sembramos, lo que comemos e –importantemente– lo que pagamos por todo ello.

El fenómeno es sumamente complicado de entender, con cientos de variables participando para determinar los efectos en el clima. A manera resumida la temperatura en el Océano Pacífico se calienta de más, lo que mueve la humedad y las corrientes de aire, resultando en inundaciones y sequías en América y Asia.

Podrá imaginarse brutales incrementos de temperatura en el mar, no es el caso. Apenas 1 o 2 grados centígrados. Pero en el mar eso se traduce en vida o muerte. Los organismos que viven ahí son tan sensibles a estos cambios que su metabolismo sufre terriblemente para adaptarse a estos cambios. Los corales se mueren, las algas florecen –agotando el oxígeno para los otros organismos–, y los peces sienten como si estuvieran corriendo un maratón todo el bendito día.

Estas olas de calor tienden a golpear con fiereza las poblaciones costeras de nuestro país, pero también tienen un poderoso efecto hacia el interior de México.

Así como su contraparte –La Niña– tiene un efecto en la potente sequía que hemos vivido, El Niño nos llevará hacia el otro extremo con fortísimas lluvias que pondrán a prueba los planes de resiliencia de nuestras ciudades y sistemas hídricos. Aderécelo con que El Niño trae calurosísimos veranos y crudos inviernos, y tendremos un 2024 con importantísimos retos climatológicos para nuestro país y estado.

CONAGUA, CONAFOR y SEMARNAT –a nivel federal– y la Secretaría del Medio Ambiente –a nivel estatal– tienen menos de un año para fajarse para los enormes reto que vienen, aunque las migajas presupuestales que se les asignan no nos augura nada bueno.

Los retos hídricos no son un problema únicamente para nuestro país, falta solo voltear hacia el norte para entender lo que complicado que es manejar el agüita en todas sus presentaciones.

Hace apenas unos días el tráfico en el río Mississippi, la arteria comercial más importante de Norteamérica, fue cerrada al tráfico de barcos en un dominó climatológico: las cumbres nevadas del oeste gringo están comenzando a derretirse, lo que va inundando todas las vías que van hacia el Golfo de México. Esto va a disparar los precios de los granos en nuestro país, que ve la más importante entrada de ellos vía barcos desde las fértiles planicies norteamericanas, al menos hasta finales de mayo.

Así como todas las personas mayores fueron niños al principio, y pocas de ellas lo recuerdan, lo mismo sucede con las desgracias que traen El Niño y La Niña cada año, donde siempre se olvidan las desdichas que vienen de la poca planeación ante sus desafíos climatológicos.

Clavos al ataúd del campo mexicano

En una maratónica y cuestionadísima sesión del Senado mexicano –donde el representante poblano Armenta Mier quedó en medio de la tormenta ante desaseos legislativos– los senadores del bloque oficialista pusieron el penúltimo clavo a la Financiera Nacional de Desarrollo Agropecuario, Rural, Forestal y Pesquero. 57 votos a favor, cuatro en contra y cinco abstenciones.

Del grupo oficialista no hubo debates u objeciones, mientras que el bloque opositor se quejaba desde lejos de la indefensión en que se deja al campo, así como un posible desfalco de 8 mil millones de pesos por una cartera vencida que no podrá ser revisada ante la extinción de este organismo.

Uno de los órganos de gobierno encargados de inyectar inversión y liquidez al campo tendrá 180 días para desparecer, donde el polémico Instituto para Devolver al Pueblo lo Robado será el encargado de la transferencia de los bienes, derechos y obligaciones para su liquidación. Tiempos aciagos para el campo mexicano.