Manipular el código genético es uno de los futuros más prometedores para la salud y el bienestar humano. Las diferentes maneras en las que se puede ir desbloqueando esta técnica abre cientos de posibilidades con la imaginación casi como único limitante.
¿Su cuerpo dejó de producir cierta sustancia por equis razón? Déjeme darle un reinicio con una fresca y nueva instrucción de ADN. ¿Necesita cierta medicamento? Mejor le paso la instrucción a su cuerpo para que lo haga él mismo. ¿Problemillas con algún órgano o tejido? Vamos a pedirle a su cuerpo que lo regenere un poco.
Estos procesos, aunque suenan a ciencia ficción, ya se encuentran entre nosotros desde hace años. Como muestra tome el anuncio a inicios de año del canciller Marcelo Ebrard de una nueva terapia –proveniente de la India– contra el cáncer.
Una agresiva quimioterapia (literal intentar quemar las células para evitar su diseminación) es innecesaria cuando puedes instruirles a esas propias células detener la proliferación de la leucemia. El tratamiento vale unos nueve millones de pesos, lo que lo vuelve materialmente inalcanzable, pero al menos ya existe y viene a nuestro país.
México no es ajeno a la medicina e innovaciones genéticas, aunque las condiciones para llegar a los titulares no siempre son las mejores. Como aquel caso del bebé con tres progenitores en 2016.
Las razones para el procedimiento eran claras. Evitar que el bebé recibiera de su madre los genes que con casi total seguridad le desarrollarían síndrome de Leigh. Un desorden neurológico de consecuencias rápidamente fatales.
El tratamiento fue desarrollado en el Reino Unido. La pareja era de Jordania. El médico era chino. Y el equipo de doctores era de Estados Unidos. ¿Por qué el tratamiento se hizo en México? Pues porque en este país todo es posible, incluido darles la vuelta a las leyes para estos tratamientos.
Esto queda más claro cuando vemos lo que sucede con el Instituto Nacional de Medicina Genómica (Inmegen), donde hace unas semanas debió de haberse elegido su titular.
El propuesto al cargo –Félix Recillas Targa– viene desde la mano cargada del rector de la UNAM, Enrique Graue, y el secretario federal de salud Alcocer. Además, se le presume ser una tapadera para un desfalco de 50 millones de pesos para un laboratorio que no se construyó, la desaparición de 10 millones desde las cuentas bancarias del organismo, y –como cereza–encubrimiento a acosos sexuales.
Con esto no le sorprenderá saber que, en la legislación mexicana, desde 2014, la edición genética de embriones esté prohibida. Aunque nomás tantito. Con buenos argumentos legales uno puede hacer cualquier ley una sugerencia.
Un mundo con genes editados al gusto representa un riesgo enorme para la posible creación de dos tipos de humanos. Uno “rupestre”, jugando la mano genética que le entregó la providencia. Y otro con la capacidad de ser genéticamente superior al otro en fuerza, salud y hasta capacidad mental, con el pilón de hasta poder decidir el color de los ojos. La verdadera brecha social estamos por verla desarrollar frente a nosotros.