Demostrando que los órganos autónomos son fundamentales para la vida pública nacional por sus capacidades, ayer el INEGI presentó en tiempo y forma los resultados oportunos del Censo Agropecuario 2022. Con la versión definitiva publicada hacia finales de año.

Teniendo el último censo en 2007, los resultados nos cuentan historias de tres lustros, pero también de los momentos en que vivimos ahora. Por ejemplo, el COVID apareció como una de las preocupaciones más altas entre los productores; por la baja de precios y disminución de ventas por la pandemia. ¿La siguiente preocupación? El clima y su cambio. Tan solo los altos costos de insumos superan a las dos anteriores.

Existen resultados optimistas. Como los grados de escolaridad de los productores, donde la cantidad de gente con secundaria, prepa y licenciatura se duplicó. Dejando apenas a 14 de cada 100 productores sin estudios.

Existen resultados menos optimistas, como la participación femenina en labores agropecuarias, que disminuyó tres puntos porcentuales, lo que representan un par de millones de mujeres.

Otros que se tienen que tomar con una pizca de interpretación, como los datos de empleo agropecuario. Ahí, Puebla tiene la segunda mano de obra más grande del país. Cuando vemos que en ese top está Veracruz, Guerrero, EDOMEX, Oaxaca y Chiapas caemos en cuenta que se contabiliza la mano de obra familiar para autoconsumo, típicamente de bajos ingresos y muchas penurias socioeconómicas.

Y otros que deben de verse con el lente de los contextos políticos y locales que acontecieron en esos años. Como el incremento del parque vehicular agropecuario, o sea, tractores. En Puebla este se disparó en un 150%, como resultado de específicas políticas públicas.

Puebla en estos quince años se ha mantenido estable en la superficie agrícola, arribita del millón de hectáreas. El problema es que se han ido achicando, con el promedio siendo de 2.3 hectáreas, algo más que tres canchas de futbol.

Otra cosa que se ha mantenido estable, de manera negativa, es la gente dedicada al campo, puesto que este se va avejentando. 7 de cada 10 tienen más de cuarenta y cinco años, con buena parte de ellos ya pegándole al INAPAM.

Aunque en las estadísticas se difuminen las tres millones de personas cuyas manos trabajan el campo poblano –en casi quinientas mil unidades de producción– estos censos son la mejor manera para conocerlos a detalle y plantear políticas públicas para mejorar sus condiciones laborales y de bienestar.

O siquiera preservar las actuales. El número de unidades de producción con crédito creció el doble entre censo y censo, que habrá que ver cómo mantener en el ritmo positivo ante situaciones adversas, como la ahora sí definitiva y publicada extinción de la Financiera Nacional Agropecuaria. O ver los riesgos del futuro. La cantidad de unidades con seguro, entre censo y censo, cayó a la mitad. En fin, lo que no se mide no se puede mejorar.