La inteligencia artificial, ese tema recurrente que ha inundado los medios de opinión hasta alcanzar el punto del aburrimiento. Como decía el sabio, “la inteligencia artificial está tan presente en los titulares que parece haberse vuelto más artificial que inteligente". Pareciera que no hay día en que periódicos y programas de opinión no se deleiten en desentrañar los misterios y las posibilidades de esta invención humana.

Sin duda, estamos viviendo en la era de la adoración al dios de los algoritmos, aunque a sus más fieles seguidores les sean ajenos los procesos de su deidad. Algo así como una religión cualquiera.

Vea por ejemplo el caso de la diputada federal Mariana Gómez del Campo, con un fantástico (sic) exhorto para los gobiernos, a fin de que, dentro de su marco de facultades, se adentren y pongan en marcha el aprovechamiento de la inteligencia artificial en asuntos relacionados con la protección ciudadana y el freno a la comisión de actos delictivos.

Algo así como cuando se puso de moda ponerle bluetooth o internet a las cosas. No sirve de mucho tener la licuadora conectada al internet, pero uno puede decir que ya hizo algo. Aunque no se midan los riesgos. De nuevo, algo parecido a un fanático religioso.

La Ley de Inteligencia Artificial de la Unión Europea, la legislación más avanzada del mundo en el tema, reconoció un mentiroso argumento que la diputada panista ignoró. La falacia ad novitatem, que nos engaña al hacernos creer que lo más reciente es siempre lo más valioso, lo más confiable y lo más digno de nuestra atención. Nos seduce con promesas de eficiencia, conveniencia y sofisticación.

Llevar una política de seguridad pública con base en una máquina, conlleva potenciales riesgos a las garantías individuales, pues las probabilidades de errores sesgados atentan directamente contra los derechos humanos. Esos que en teoría no se arreglan con un disculpe usted.

Ya dirá que la seguridad pública de nuestro país está plagada de estos detallitos, pero es más por ignorar la moralidad y la ética que por no conocerla.

Parecerá una contradicción, pero es cierto que la inteligencia artificial sí nos va a solucionar algunos quebraderos de cabeza. Como la plataforma piloto JulIIA que presentó hace unos días la Suprema Corte de Justicia.

Quien haya intentado leer alguna vez tesis o ejecutorias en el Semanario Judicial de la Federación sabrá lo enrevesado que es intentar saber qué demonios se quiso decir. Una inteligencia artificial como facilitador en el primer paso de la justicia tampoco suena tan mal. O quién sabe, la plataforma duró menos de 24 horas en línea, ante las muy acaloradas críticas de un gremio que ve desvanecer sus funciones intelectuales de materializar argumentos.

En última instancia, es importante recordar que la inteligencia artificial no es solo un asunto de máquinas y algoritmos, sino de cómo como sociedad abordamos el uso de esta tecnología y los valores que la acompañan. Así que, en lugar de dejarnos llevar por la corriente de la repetición, busquemos nuevos enfoques y perspectivas que nos permitan comprender mejor el impacto de todas las tecnologías en nuestras vidas.