En un mundo de titulares escandalosos y deprimentes –crimen, narcotráfico, corrupción– resulta un remanso de paz tener una noticia sobre pasteles. Pasteles y otros postres. Aunque la noticia termine desnudando y ejemplificando buena parte de nuestro hábitos.

La cadena de autoservicio por membresía de Costco limitó, en varios de sus establecimientos, la venta de sus pasteles a cinco por cada cliente. Podríamos añadir que también se acota a dos chocoflanes y un chocofudge por cliente, pero la noticia es suficientemente intrascendente como es.

O al menos eso podría pensar uno, hasta que mira las millones de conversaciones que el tema ha incendiado en redes sociales.

Algunos critican lo abusivo del comportamiento, al quitarle la posibilidad de comprar un postre a otro cliente. Estos se acaban rápido. Mientras, otros critican lo inelegante de la práctica. ¿De cuál? De la práctica de comprar grandes cantidades de pasteles, galletas, muffins y chocoflanes para revender.

El negocio de revender los postres de estas tiendas de autoservicio de mayoreo es una práctica arraigada en ciertos sectores de las sociedades mexicanas. El negocio no es malo. A cada pastel se le pueden ganar entre cien y doscientos pesos si lo vamos vendiendo entero o por rebanada. Las vistas de carritos con quince o veinte piezas no son inusuales, o eran.

Las rebanadas son objetos de múltiples deseos. Proveen estatus, al venir de una tienda extranjera. Tienen gran sabor. Y son curiosamente baratos para lo que son. De lo primero no se puede hacer mucho, cada quien sus traumas, pero los otros dos derivan de una práctica bien diseñada.

El horneado es el arte culinario más directo de industrializar, pues cantidades y tiempos exactos son sinónimos de un buen bizcocho. También, el arte del horno se beneficia enormemente de la ingeniería de alimentos. Unas pizcas de emulsificantes y espesantes hacen maravillas para traer experiencias que los postres caseros no pueden otorgar.

Y el costo es gracias a comprar insumos en verdadero mayoreo, procesos industrializados eficientes y diluir los costos entre el resto de la operación de la tienda. Una competencia de precios que las pequeñas reposterías y pastelerías no pueden igualar. Unos podrán llamarlo competencia desleal, otros producto gancho.

Productos de consumo más menos habitual y a un costo de márgenes reducidos. Colocados al fondo de las tiendas para hacer pasear al cliente y que compre más. Seguro que pensó en el pan y las tortillas que venden los supermercados. Es la misma técnica. Y es una técnica desleal contra las decenas de miles de tortillerías, panaderías y expendios similares que existen en el país y representan el emprendimiento de una cantidad equivalente de familias.

Un pasable sabor es el sacrificio por practicidad y ahorro, que a su vez se logran por la industrialización intensiva y la pérdida de apreciación e identidad del objeto, al convertirlo en un bien masivo.

De esto, sobre las tortillas, hay quien ha hecho carreras académicas y políticas. Sobre los chocoflanes de Costco probablemente no se elaboren más conclusiones que las suyas, que son suficientes para repensar lo que está detrás de nuestros hábitos de consumo.