Hoy en día es complicado que uno pueda aislarse de las noticias, especialmente aquellas locales y que se expanden cual reguero de pólvora. La paliza que recibió un joven de las manos y pies de un grupo de desadaptados en la zona de Angelópolis alcanzó todos los noticiarios del país.

La indignación creció ante lo abusivo y artero de un ataque de ocho contra uno ya vencido en el suelo, así como por lo caballeresco de la situación. Neto Calderón, nombre del joven apaleado, intentó defender a una amiga cuando el grupo de bribones le aventaron una cerveza.

Vulnerable ante la viralidad, el caso fue reposteado, retuiteado, recompartido y rejudicializado en sociedad. Unas horas después del evento se tenían los árboles genealógicos de casi todos los implicados, así como varias páginas de Instagram donde se colgaban estas pistas cual cuarto de pruebas de un detective.

Lo crudo del evento vino a opacar un anuncio del gobernador, un anuncio justo sobre el lugar donde se desarrolló la acción: La Estrella de Puebla. La rueda de observación itinerante más grande del mundo, ya saben como se las gastaba Moreno Valle. La rueda de la fortuna pues.

Tras meses de permanecer cerrada por mantenimiento, desde 2020, el gobernador anunció su concesión por quince años a un privado para relanzarla. El anuncio pasó de noche por todo lo demás que sucedió afuera de nuestra ruedota de la fortuna.

La empresa que llegará a administrarla no es ninguna improvisada, y la experiencia que tienen va de norte a sur. Lo mismo han organizado la Gran Feria de México de Azcapotzalco que la Feria de las Fresas en Irapuato. En Puebla han armado los festejos patrios, traído a K-Paz de la Sierra, Maldita Vecindad o La Sonora Santanera.

Sea como sea, la Estrella de Puebla nunca logró cuajarse de la manera que Moreno Valle lo visualizó. De la misma manera que el Museo Internacional del Barroco se construyó para ser un mal ejemplo del efecto Guggenheim.

A inicio de los 90s Bilbao, la capital del País Vasco, aquella comunidad autónoma de España, vivía una crisis por el abandono de su ciudad y la decadencia de su economía. Para arreglar eso dedicaron una carretada de dinero para construir un museo en forma de barco que se volvió un ícono, atrajo turismo y salvó a la población.

Tantán. O al menos así es la historia por encimita que quiso replicar RMV. Destina una cantidad colosal de dinero contratando al arquitecto de moda, ¿magia?, y espera a que se desarrolle espontáneamente un turismo cultural.

El Guggenheim de Bilbao fue construido por Frank O. Gehry, mientras que el Barroco por Toyo Ito. Ambos ganadores del Pritzker, el premio más reconocido de arquitectura en el mundo. El de allá costó 100 millones dólares, el de nosotros 94, que sumados a otros costos se elevó a 390 millones de dólares a pagar durante 23 años. El de allá se pagó solito en 8 meses, el de acá… bueno, las cuentas hacen sonrojar.

En Bilbao el museo vino a capitalizar un plan de 7 años para construir transporte dentro y fuera de la ciudad, una regeneración urbana y medioambiental para paliar los efectos que había tenido la industria en la capital, inversión en capital humano y la creación de una política cultural. Acá en Puebla pusimos un par de fierros con luces para tomar selfies saliendo de embriagarse en la zona, una planeación que parece atendió nuestro comportamiento como sociedad.