Troncos, tallos, o ramas. Todos modestos en esencia para luego convertirse en soportes de celulosa sobre los que inscribir el infinito de la lectura. El papel, ahora transformado en portal, nos permite explorar el conocimiento humano, navegar por los océanos de historia, o adentrarnos en las más recónditas reflexiones. Cada lectura es un diálogo silencioso con las mentes que han dejado su huella en las páginas.
En el vasto arsenal de artilugios humanos el libro relumbra. Los demás dispositivos son prolongaciones anatómicas que mejoran nuestra visión, el alcance de nuestros brazos o la velocidad de nuestras piernas. El libro se cuece aparte como memoria colectiva y ampliación de nuestro cerebro.
En nuestro país existen librerías, todos lo sabemos, cuántas es un misterio. Los números respaldados por impuestos dicen que arribita de tres mil quinientas. El gremio dice que apenas rebasan las seiscientas.
Y la verdad es que fuera el número que fuera, ese número no es más. La pandemia lo arrasó. De las alegres tres millares y medio de librerías se desplomaron a apenas dos. Más contexto con un comparativo. Japón, país con una población de nuestro tamaño en el espacio de 1½ Chihuahua tiene seis veces más librerías que todo el territorio nacional.
Buena parte del problema en el ecosistema de librerías nacionales tiene que ver con la legislatura, con el cobro del IVA siendo una pieza clave. En el enigmático mundo de los impuestos al valor agregado la tasa cero se aplica a la producción de libros y revistas, pero quienes los comercian sí quedan en la telaraña fiscal.
De absolutamente nada sirve fomentar la creatividad de producción con tasa cero, para después aniquilar el ecosistema mercantil que los haría circular. O sí sirve de algo. Para consolidar a los grandes libreros del país y fagocitar los pequeños, aquellos más propensos a publicar y comercializar a los nuevos escritores.
Para intentar arreglar esto, la poblana diputada Blanca Alcalá ha intentado encabezar una reforma al artículo 2° de la ley que mandata el IVA para tener una tasa cero en la comercialización de libros.
Los montos al ser modestos –entre 50 y 100 mil pesos por librero– representarían un mínimo impacto sobre la recaudación pública, menos de 150 millones, pero serían la vida o la muerte para ellos. A los diputados oficialistas les vale gorro, pues por ahora parece que solo se podrá deducir un mínimo porcentaje de lo que se paga vía ISR.
Todo parece indicar que a MORENA le causa escozor todo aquello que huela a privado, especialmente en la cultura. Si no vea el sablazo que la Secretaría de Educación federal dio a las editoriales nacionales, al excluirlas unilateralmente de la generación de libros escolares y decidir que solo ellos diseñan, imprimen y editan los libros de educación pública. Algo así como la nacionalización de imprentas e ideas tras tres décadas de sana convivencia. No le sorprenderá el mega amparo colectivo de más de 200 empresas nacionales del libro que ya se mueve por los juzgados.
Quizá las letras sean inanimados vestigios bastardos del discurso hablado, aunque aquellos que devoran letras, como usted en este instante, son capaces de imbuirles aliento. El lector evade temporalmente su realidad y se embarca en un viaje arrastrado por el deambular lateral de sus pupilas, ese es un valor agregado que vale la pena salvar.