Para algunos aficionados, la fiesta de los toros es más que un entretenimiento. Vemos a la tauromaquia como una pasión que llena nuestra vida.
Cuando a finales del año pasado un amparo cerró la Nuevo Progreso, tuve una crisis emocional que me afectó en forma física y en mi desempeño laboral.
Todavía cuando pienso en las falacias que se utilizaron en el juicio e imagino que en febrero no tendremos toros en Guadalajara, tengo una sensación de vacío que me provoca dolor somático. En cambio, cuando la SCJN permitió la reapertura de la Plaza México, lloré de felicidad.
La México es mi plaza. Si cierro los ojos y me adentro en las pasillos de la memoria, ahí está La México.
Quizá la primera faena que recuerde fue la de Curro Rivera al toro "Saltillero" de Campo Alegre hace más de 45 años. Viajábamos en ADO desde Puebla. Mi papá me llevaba a visitar la tumba de mi abuelo en el Panteón Español, si había tiempo pasábamos al parque del Seguro Social a ver un juego de béisbol y de ahí a los toros.
Imposible no rememorar aquella mala tarde de febrero de 1980. Mi mamá nos urgía que abandonáramos el coso porque se hacía de noche.
Para evitar un conflicto matrimonial, contrario a su costumbre, mi papá aceptó salirse. Ya en la carretera, montado en cólera, escuchó por radio la faena con la que Marcos Ortega indultaba a "Boca Seca" de Garfias.
Cuando por motivos de estudio y trabajo me fui a vivir al entonces D.F., rentamos una casa en la calle de Indiana para estar cerca de La México.
Caminaba a mi plaza llevando a mi hijo en carriola. En esos años no me perdí una sola novillada, fue cuando aprendí a ver toros con un bebe en brazos.
Ahora que en los mentideros taurinos se analizan los carteles de la reapertura, los aficionados se quejan de los precios de las entradas y afirman, no sin razón, que no hay ningún cartel bien rematado. Yo me ilusiono con volver a los toros.
El filósofo francés Jean Cau dice que "Amar los toros es, cada tarde, a eso de las cinco, creer en los Reyes Magos e ir a su encuentro".
Sabemos de antemano que, por una u otra razón, saldremos decepcionados del ganado o de los toreros. Pero cada tarde nos dejará algo que nos hará regresar: el silencio de algunos, los gritos de otros, la mezcla de clases sociales, el humo de los puros, el miedo que se refleja en el rostro de los toreros, un par de banderillas, quizá un lance o un adorno.
Fernando Savater afirma que "el público taurino está, por su propia esencia y condición, casi diríamos que obligado a la frustración".
Y lo explica diciendo que lo mismo que pasa con en el amor o en la sabiduría, "la pasión del verdadero espectador taurino se fabrica con idénticos mimbres que la nostalgia y la desesperación, materias que por cierto tampoco están ausentes de la textura de ningún sueño".
Estamos a unos días de que parches y metales den el aviso a la muchedumbre capitalina que puede volver a gritar ese oooole que solo se escucha en mi plaza.
Hasta entonces, queda la ilusión, la representación sin verdadera realidad, aquellas imágenes sugeridas por la imaginación, por los recuerdos… ¡Qué Dios reparta suerte!