Como catarsis emocional, las noticias que destacamos del diario buffet de información son un reflejo de nuestra sociedad. Hacía mucho que la atención no se centraba en una nota como sucedió con Benito, la jirafa que encontró refugio en Puebla y cautivó millones de miradas. Millones.

Aunque en estos tiempos de redes sociales e inmediatez digital su leyenda se diluya rápidamente de nuestros historiales, es importante rescatar la verdadera razón detrás de su lucha: nuestra relación con los animales.

Si bien todos somos hijos de la misma madre tierra, desde que el hombre perfeccionó la pólvora y el acero, somos la especie dominante en este planeta. Hasta que los microorganismos se festinan con el fin de nuestro ciclo de vida, pero esa es otra historia.

Nosotros decidimos qué animales comemos, tenemos en cautiverio, usamos para experimentos, o asignamos como fieles compañeros de vida. Y es en esta esquizofrenia de roles que nos encontramos.

Los bueyes que alguna vez labraron la tierra, ahora arrastran el yugo de una metamorfosis impía. La arrogancia humana, con pinceladas de soberbia, pinta sobre las pieles de las bestias un retrato humano, arrebatándoles su identidad original.

Esta humanización de los animales, como un río que desborda sus márgenes, arrastra consigo la autenticidad de la existencia animal, dejando a su paso una estela de confusión y pérdida. ¿Lo cuido, me lo como, lo dejo libre, o qué demonios?

Existe una confusión teológica, ya que no es fácil interpretar «tenga dominio sobre todo animal que se desplaza sobre la tierra», pero los desórdenes parten desde la ley.

De acuerdo con el Código Civil Federal, un animal es un bien inmueble, como las construcciones, equipos o líneas telefónicas. Aunque también es un bien mueble, pues «son muebles, por su naturaleza, los cuerpos que pueden trasladarse de un lugar a otro». Bienes, al fin y al cabo. Términos de abogado para confundir, convendría mejor un listado para diferenciarlos.

Abandonado, abasto, adiestrado, bruto, compañía, cautiverio, doméstico, feral, trabajo, seguridad, y silvestre.

Los anteriores son todos «tipos de animales», parte del armado legal de la Ley de Bienestar Animal del Estado de Puebla. Parece más un juego para niños. Imagínese a un caballo, pudiera cumplir cualquiera de esos once roles sin problema.

Hace poco tiempo un juez negó que fuera necesario el traslado de la elefanta Ely, argumentando que sus condiciones de vida eran —no es broma— mejores que las de millones de mexicanos, pues tenía alimentos garantizados todos los días.

También se negó un amparo para detener la venta de animales en el famoso Mercado de Sonora, en la CDMX, famoso también por la red de tráfico de animales protegidos. El juez argumentó que suspender la venta afectaría a los comerciantes.

Estamos atrapados en la cuerda floja de nuestras interacciones, donde el equilibrio es un arte difícil moralmente de dominar. Mientras disfrutamos del calor de un perro o un gato en nuestros regazos, reconozcamos la crudeza de las croquetas con las que los alimentamos. Pedazos vacunos, como los que ayer salieron entre ovaciones y pañuelos blancos del ruedo de la Monumental de México. Ni más, ni menos.