Mi casa de la infancia estaba llena de libros. Éramos una familia de clasemedieros. Mis papás intentaban llenarnos de cultura. Compraban enciclopedias en fascículos semanales para que pudiéramos tener acceso al conocimiento universal.
En la biblioteca también había libros de toros. Cuando nos mandaban a consultar las enciclopedias, había un libro que me atraía más: "Crónicas de sangre" (Grijalbo, 1981) de José Alameda.
El libro hace un recuento de 400 cornadas mortales y de otras que pudieron serlo y no lo fueron. Alameda se detiene y profundiza en algunos casos para certificar "la constante presencia del riesgo en la fiesta de los toros". Me recuerdo de niño hojeando el libro, leyendo fragmentos y repasando pies de página.
Había dos cornadas que me conmovían. Me hacían regresar a ellas, ver y volver a ver las fotos. La de Manuel Capetillo en la Plaza México el 22 de marzo de 1959. "Camisero" de La Laguna le partió el pecho.
El percance me impactaba por la devoción que en casa se le tenía a Capeto, pero también porque en el libro aparecía una foto en la que estaban los hijos del torero al pie de la cama. Un par de niños que yo veía de mi edad y a los que se les nota la angustia de tener a la muerte de frente.
En ese entonces, los niños de la foto ya eran matadores de toros. Mi cabeza infantil se preguntaba: ¿Cómo es posible que después de ver a su papá regresar de la muerte, ellos abracen la misma profesión?
Otro que regresó de la muerte fue Antonio Velázquez después de una cornada de un toro de Zacatepec en el Toreo de Cuatro Caminos en 1958.
Alameda escribe: "Pero al tercio final "Escultor" llega poco castigado y derrotando peligrosamente. Menos peligroso hubiera sido para un torero capaz de salir del paso sin atormentarse por la falta de éxito. Pero Velázquez no es de esos. Velázquez se arrima. De modo que el peligro está en su carácter, tanto o más que en el del toro. Antonio lo desafía con la muleta en la izquierda.
Y "Escultor" le da una cornada tremenda. Una de las más graves que registra la historia. El pitón penetra por el lado derecho del cuello, perforándole la lengua y la bóveda palatina, fracturándole el maxilar inferir y la base del cráneo".
No sé si me impactaba más la foto en la que llevaban Antonio Velázquez rumbo a la enfermería, la narración de la cornada o el saber que no había muerto de aquel espeluznante siniestro, sino años después al caerse de la azotea de su domicilio.
Pasó el tiempo y no volví a reparar en el libro hasta aquella corrida de las Américas en 1992. Para conmemorar los 500 años de la llegada de Cristóbal Colón a América, se transmitió por 53 países una peculiar corrida de toros.
En forma simultánea hubo festejos en Quito (Ecuador), Tlaxcala (México), Lima (Perú), Maracaibo (Venezuela), Cali (Colombia) y la Plaza México.
Por la televisión transmitieron el primer toro de cada una de las plazas, como si se tratara de una corrida en seis lugares distintos.
Por la televisión vimos como "Jicarero" de La Soledad le propinó a Alberto Ortega una cornada muy similar a la de Antonio Velázquez. Alberto era amigo de la familia lo que nos hizo vivir la tragedia de cerca. Torero valiente y alegre. Se recuperó del incidente y toreó con éxito por muchos años más.
Conocí al hijo de Alberto años después en una ganadería jalisciense. Tuve la oportunidad de convivir con él en el Centro de Alto Rendimiento Taurino (CART).
Muchacho serio, introvertido, respetuoso, decidido y muy valiente. Había nacido con la firme vocación de ser torero.
Sólo es valiente quien conoce que hay motivo para temer. José Alberto sabía que en la fiesta brava la sangre y la muerte no pueden obviarse.
Igual que los hijos de Capetillo del libro de Alameda, era consciente que su padre había tenido un encuentro personal y cercano con la parca.
A pesar de ello se fue a porta gayola, pero no como ahora lo hacen algunos toreros, aliviándose, situándose casi en el centro del ruedo.
José Alberto se arrima. Por eso recibió al de Barralva en donde hay un riesgo verdadero. Con la auténtica valentía del que conoce el peligro porque, como decía Alameda de Velázquez, "el peligro está en su carácter".
Por lo que se lee en los partes médicos, dentro de la gravedad, parece que José Alberto evoluciona de manera favorable. Mis oraciones con él y con su familia. La forma de ser de José Alberto, su valor y decisión enaltecen a los toreros de todas las épocas.
"Crónicas de Sangre" termina con un final muy propio del maestro Pepe Alameda, con un soneto dedicado a Manolete:
Fiel a ti mismo, de perfil te veo
como te verás eternamente
esqueleto inmutable del toreo.