En las 24 millones de hectáreas agrícolas de México podemos captar 7 mil 680 millones de metros cúbicos (7.68 kilómetros cúbicos) de agua de lluvia, y otros 34 mil 800 millones de metros cúbicos (34.8 kilómetros cúbicos), en las 109 millones de hectáreas de uso ganadero, mediante la agricultura y ganadería regenerativas o de conservación, es decir, un total de 42.5 kilómetros cúbicos de agua retenida, sin necesidad de represas.

La presa más grande del mundo en Hubei, China, almacena 39 kilómetros cúbicos y Valsequillo, Puebla, 0.4 kilómetros cúbicos.

De acuerdo con estimaciones oficiales, nuestro país recibe anualmente por lluvias mil 528 kilómetros cúbicos de agua de los que, mil 106 kilómetros cúbicos, correspondiente al 73 por ciento, regresan a la atmósfera por evaporación, debido a la falta de vegetación y escasa protección del suelo.

Del total del agua disponible que asciende a 472 kilómetros cúbicos, incluida la que se recibe de Guatemala y Estados Unidos, menos la que se entrega a este último país por el tratado de 1944, escurren 397 kilómetros cúbicos y 75 kilómetros cúbicos se acumulan en acuíferos. La infraestructura nacional hidráulica, hecha en su mayor parte para generar electricidad y riego agrícola, retiene aproximadamente 150 kilómetros cúbicos, y otros 247 kilómetros cúbicos se val al mar sin ningún aprovechamiento.

Más de la mitad del territorio nacional son zonas áridas y semiáridas de escasa vegetación, con lluvias anuales por debajo de 400 milímetros (4 millones de litros por hectárea). En el resto del territorio, con mejores ecosistemas forestales, el problema de la deforestación ha ido creciendo. Se estima que por cada metro cúbico de madera autorizado, hay por lo menos otro que se extrae de manera ilegal. La situación es muy similar en el aprovechamiento de otros productos forestales no maderables como el agave, la palma, las resinas, la candelilla, o las plantas medicinales y esencias.

Lo anterior deriva de una cultura extractiva que ha provocado la pérdida de la vegetación y  el suelo, lo que ha conducido a incrementos en los escurrimientos de agua y que se traducen en más  inundaciones en las partes bajas y menos recarga de los acuíferos hasta llegar a su desaparición. Otros impactos son la pérdida de fauna y la pérdida de fuentes de empleo e ingreso en los ecosistemas forestales.

Una situación similar ocurre en la agricultura y ganadería, en las que durante muchos años han predominado las prácticas productivas extractivas en cultivos y áreas de pastoreo provocando erosión, pérdida de suelo fértil, materia orgánica y la microbiología del suelo. Se ha abusado de la tierra y no se ha tenido el cuidado de reponer los nutrientes extraídos para garantizar las futuras cosechas.

Entre erosión, compactación y pérdida de materia orgánica del suelo, se ha disminuido la capacidad productiva y de almacenamiento de agua para la recarga de acuíferos.

Los suelos agrícolas deben tener un nivel ideal de 5 por ciento de materia orgánica, pero los suelos mexicanos están en niveles cercanos a 1 por ciento. Incrementar un 1 por ciento más, requiere un promedio de 20 años. Los suelos están tan pobres que, agregar materia orgánica no es suficiente porque ya no hay microbios, los cuales también se tienen que reponer con biofertilizantes.

Experiencias reportadas por Javier Peña, un divulgador científico fundador de Hope, en manejo de olivares en España, han demostrado que el aumento de 1 por ciento de materia orgánica en el suelo, permite retener 160 mil litros por hectárea, lo cual se logra mediante la agricultura regenerativa o de conservación.

Esta estrategia, también aplicada a viñedos y otros frutales, granos y forrajes, consiste en eliminar el movimiento de tierras, evitar la quema de residuos agrícolas e incorporar cultivos protectores del suelo con función de abonos verdes. La cobertura de cultivos o pajas sobre el terreno puede representar hasta 20 grados centígrados menos en los suelos a pleno sol.

Ya hemos descrito antes que experiencias sobre agricultura de conservación en Tepexco, Puebla, en cultivo de sorgo, permitieron pasar de 4 a 9.5 toneladas de grano por hectárea entre el 2000 y 2010. Pero las experiencias de Acatlán y Tetela de Ocampo, Puebla, sobre roturación del terreno, demostraron un 100 por ciento de incremento en rendimiento de maíz y en crecimiento de árboles de manzana, respectivamente, lo cual se explica por una mayor absorción de agua de lluvia y mayor aireación para el crecimiento y exploración de las raíces.

Si la capacidad de retención de agua del suelo con el 1 por ciento de materia orgánica es de 160 mil litros por hectárea, entonces, agregando la roturación de suelos, podría alcanzarse otra cantidad igual para llegar a 320 mil litros. Una hectárea con lluvia de 700 milímetros anuales recibe 7 millones de litros.

Con estos antecedentes, con experiencias de Argentina, Brasil, Estados Unidos, las promovidas por los Fideicomisos Instituidos en Relación con la Agricultura (FIRA), el Centro Internacional para el Mejoramiento de Maíz y Trigo (CIMMYT) y la Asociación Nacional de Agricultura de Conservación (ANAC), es posible recomendar la adopción de la agricultura y ganadería regenerativas o de conservación, como la principal estrategia y política pública para revertir la sequía en México, y aumentar la productividad sostenible en zonas agropecuarias de temporal, además de mitigar el cambio climático, recuperar la biodiversidad y recuperar los acuíferos.