Uno de los conceptos más fundamentales para entender nuestra realidad como poblanos, y habitantes del Anáhuac, es el altépetl. Agua-cerro.
Los estudiosos le dirán que es sinónimo para ciudades-estado, las formas de organización de nuestros ancestros alrededor de un núcleo. Usted, que sigue viviendo en los mismos asentamientos de hace milenios lo entiende.
Un cerro, corazón del pueblo, donde están sus iglesias y patronos. Y un manantial, adjunto al cerro por razones geográficas, dador de agua y sustento. El de Amalucan, La Paz o Chiquihuite, vivimos alrededor de estos cerros por razones.
Cerros y montañas de nuestra geografía son los escenarios donde se desenvuelven y expresan nuestros dramas como sociedad moderna. San Salvador el Verde es gran ejemplo de esto.
El municipio tiene en un extremo la carretera México-Puebla, conurbado a San Martín Texmelucan, en un entronque tan complicado que lo encuentra en los mapas como Asaltos del Bienestar. Del otro lado, en las faldas del Iztaccíhuatl, paisajes idílicos, con caídas de agua y oyameles de más de cuatro centurias. Esta zona montañosa, rica en recursos, ha sido asolada por talamontes; a menudo asociados a las mismas bandas delictivas que actúan del otro extremo del municipio.
Para disminuir las capacidades criminales de estas personas, los habitantes locales cavan zanjas, que hacen harto complicado meter un camión para sacar los troncos mal habidos. Hace una semana, tres habitantes de San Andrés Hueyacatitla, localidad de El Verde, fueron asesinados realizando esta actividad.
A punta de balazos tres guardabosques fueron ultimados, con uno más que herido en el tórax que logró regresar a la comunidad y dar aviso de alerta. Los pobladores de Hueyacatitla se movieron al zócalo de su cabecera, repicando las campanas y manifestándose por más de ocho horas.
Las ambiciones y rapacerías se expresan de distintas maneras en torno a nuestros cerros y montañas.
Del otro lado, en la Malinche, existen decenas de denuncias por «saneamientos» presuntamente avalados por CONAFOR. Talas clandestinas que, amparadas por un dudoso papel, permiten talar enormes árboles aparentemente sanos.
La codicia no solo se extiende a lo que crece sobre el suelo, sino al suelo mismo. En el cerro de Ixcalo, en el municipio de Ocoyucan, el comisariado ejidal acumula decenas de miles de pesos en multas por intentar cambiar el uso de suelo e intentar fraccionar residencialmente. Estar a escasos metros de Lomas de Angelópolis, y tener detrás a personeros del Grupo Proyecta, dueña del fraccionamiento, lo explica plenamente.
El acoso a esta región viene desde todos los ángulos, pues la vecina Santa María Malacatepec vive algo parecido, que bien pudo haber acabado en drama. Ante una persecución parecida por sus tierras, los habitantes establecieron un campamento de resistencia hace casi ocho años. Hace pocos días, una camioneta presuntamente asociada a los desarrolladores inmobiliarios pudo haber iniciado un incendio que se extendió por más de cuatro hectáreas.
Nuestra comodidad en la naturaleza se debe a que ella permanece indiferente hacia nosotros, pero cuando la naturaleza se personifica en el ejido más codiciado del estado, la dominación de la naturaleza conduce a la dominación de la naturaleza humana.