El teatro del discurso patriótico en México siempre tiene su telón de bravura y su drama de independencia, pero detrás del escenario, entre telones deshilachados el libreto siempre es el mismo. Lo que comienza con gritos de soberanía, con gestos grandilocuentes de dignidad y promesas de autonomía, termina en un acuerdo más donde las órdenes las dicta el norte y las firmas las estampa el sur. Cuando los cañones de la retórica se enfundan y el polvo de las fanfarronadas se disipa, lo que queda son las firmas en convenios que certifican una vieja verdad: Estados Unidos no tiene amigos, solo intereses, y el mayor de ellos es que México sea su traspatio ordenado.
México y Estados Unidos firmaron un acuerdo para reforzar la campaña contra el gusano barrenador. Firmado por el secretario mexicano en tierras gringas, por supuesto. Y no es que a México no le convenga, al menos en teoría. Pero hay una diferencia abismal entre un acuerdo negociado y una sumisión disfrazada de colaboración, especialmente en un contexto de pura necedad mexicana.
La autosuficiencia, ese sueño de necedad morena, se ha vuelto un cuento para las campañas electorales. En las estadísticas brilla el maíz blanco, el arroz, la leche y el frijol, productos que se prometen como emblema de la soberanía alimentaria. Pero la verdad es que su producción se desplomó en el sexenio pasado. Y ahora, se nos promete que el pequeño productor, ese héroe folclórico y empobrecido, será quien redima el campo nacional.
Ahí está el dato, contundente como bofetada: México podría convertirse en el mayor destino para las exportaciones agropecuarias de Estados Unidos en 2025, superando a Canadá y siendo una primera vez en la historia. México concentra el 16% de las exportaciones agropecuarias estadounidenses el año pasado, 11% en 2020.
Esta dependencia se evidencia en productos clave como maíz, carne de cerdo, productos lácteos, soya y productos avícolas, que constituyen los principales productos estadounidenses comprados por México. De nuevo, Estados Unidos no tiene amigos, solo intereses. Y su mayor interés es que el comercio agropecuario fluya sin estorbos, con México como cliente cautivo. ¿Quién podría contradecirlos?
Y mientras tanto, el gusano barrenador sigue su banquete. Desde noviembre a la fecha, los casos en animales en México rebasan los 900, y eso es solo la superficie reportada. La cifra negra es una galaxia oculta que nadie quiere ver, pero todos conocen. Más de cien casos nuevos cada semana en animales, y una segunda infección ya registrada en humanos, porque el gusano, como las malas decisiones, no distingue entre especies.
Pero el verdadero gusano es otro, el que se arrastra por las frases altisonantes, el que devora las promesas de independencia, el que convierte las bravatas en capitulaciones y los planes de autosuficiencia en mercados cautivos. El acuerdo firmado entre el secretario de Agricultura, Julio Berdegué, junto con la secretaria del USDA, Brooke Rollins, termina cumpliendo todo lo que pidió el país vecino, dejándonos la posibilidad, si nos portamos bien, de que nos reabran los pasos fronterizos para la exportación de ganado mexicano.
El problema es que México lleva portándose mal un buen rato. Y cree que puede irse impune. Hace unas horas, hacia el final del domingo, la secretaria Rollins le avisó al secretario Berdegué que por quince días se cerraría la exportación de ganado en pie, en lo que revisan la estrategia.
El secretario dijo que no estaba de acuerdo, pero que confiaba en llegar a un acuerdo pronto. Lo mismo que los jitomates, la repartición de aguas fronterizas, etcétera, etcétera. El gusano de la sumisión, siempre oculto, siempre trabajando.