¿Quién diría que viviríamos para ver el día en que la ciencia ficción se tragara la realidad y la escupiera convertida en tratamientos médicos? Eso es precisamente lo que está sucediendo con CRISPR, una tecnología que, para explicarlo de manera burda, busca agarrar las enfermedades genéticas y mandarlas derechito al basurero de la historia.

CRISPR, siglas que suenan como un crujiente cereal transgénico, es una herramienta que permite editar genes con la precisión de un relojero. Unas tijeras moleculares programables. Cortar y pegar pedacitos del ADN, corrigiendo los errores que vienen de fábrica en el instructivo de la vida misma.

No es cosa de películas de Hollywood. Para nada. Hace menos de cuatro meses se aprobó (en el Reino y los Estados Unidos) el primer tratamiento con CRISPR para una enfermedad terrible: la anemia falciforme. ¿Que qué es eso? Una enfermedad genética que hace que los típicamente redondos glóbulos rojos ahora tengan forma de plátano. Dolor, fatiga, mala circulación y otro rosario de maldades.

Pero gracias al invento del siglo, los científicos pueden editar las células de los pacientes, meterles genes sanos y ¡zas! Adiós crisis de dolor, hola vida nueva.

Esto es sólo la punta del iceberg. CRISPR tiene el potencial de convertirse en el Superman de la medicina, corrigiendo enfermedades que hasta ahora nos tenían acorralados. Cáncer, fibrosis quística, males neurodegenerativos… la lista es como la fila para el baño en un concierto de Los Acosta.

Pero, como todo invento que promete cambiar el mundo, tiene contras. Y no es un contra médico o ético, o sí, sí es ético, pues el tratamiento cuesta un ojo de la cara. Estamos hablando de millones de dólares. Existen dos tratamientos con nombre y precio. Casgevy y Lyfgenia, uno de 2.2 y el otro de 3.1millones de dólares.

Además, por ahora el acceso a estos tratamientos está limitado a unos cuantos centros médicos especializados, escondidos en pocos rincones privilegiados del planeta.

Sin embargo, no se puede perder el optimismo a la primera de cambio. Con el tiempo los costos bajarán y la tecnología se volverá tan común como un teléfono celular, la hípercomputadora que trae en el bolsillo. Es cuestión de que las mentes brillantes del mundo se pongan las pilas y bajen este invento del tigre de los precios exorbitantes.

Estamos en el umbral de una nueva era. Una era donde la ciencia ficción se vuelve obsoleta porque la realidad la supera con creces. Una era donde las enfermedades más crueles ya no son invencibles. Es un momento para celebrar, para sentirnos orgullosos de la capacidad humana para innovar y para soñar con un futuro libre del dolor. Ciencia para reducir las causas materiales del sufrimiento. Nunca pierda esa perspectiva.

Pero ojo, tampoco nos creamos los salvadores del universo. Porque si bien CRISPR es una revolución con olor a jazmines, también tiene su lado oscuro, su airecito a cempasúchil. Así que, a la par que celebramos este invento, debemos asegurarnos de que no se convierta en un privilegio de unos cuantos, en una herramienta para acrecentar la brecha entre ricos y pobres.

No se puede tampoco satanizar a las empresas, que invierten absurdas carretadas de dinero… con el afán de recuperar esas cantidades con varios ceros a la derecha. La salud es un derecho humano, y CRISPR, esta máquina de editar genes, tiene el potencial de ser la llave maestra hacia un mundo donde ese derecho se cumpla a cabalidad.