Los chips han definido la civilización moderna. No hay máquina sin ellos. No hay celular, no hay computadora, no hay inteligencia artificial. No hay industria sin chips. Son el verdadero motor de la era digital y lo moderno, la base de todo lo que ha cambiado al mundo en el último medio siglo. Pero su poder viene de un solo truco: hacerlos más pequeños, siempre más pequeños. Más pequeños cerebros mecánicos para hacer nuestras tareas.

Durante décadas, la humanidad ha seguido un mismo camino. Reducir el tamaño de los transistores (pensemos en las neuronas del procesador), meter más, hacerlos más rápidos, más eficientes, más baratos. La Ley de Moore —que aproximadamente cada 2 años duplica el número de transistores en un microprocesador— se convirtió en profecía y en promesa. Pero ahora estamos cerca del final. El silicio ya no da más.

Hoy hablamos de 3 nanómetros. En poco tiempo llegaremos a 2 nm, 1.4 nm, tal vez 0.7 nm. Pero la física impone un límite. Cuando los transistores son del tamaño de unos pocos átomos, la corriente se escapa. El efecto túnel cuántico convierte la miniaturización en una trampa. Los electrones aparecen y desaparecen como fantasmas.

La pregunta no es si llegaremos al límite. Es qué haremos cuando lleguemos.

México tiene su respuesta. O cree tenerla. El gobierno anuncia la creación del Centro Nacional de Diseño de Semiconductores Kutzari (arena en purépecha) en Puebla. Un paso adelante. Un esfuerzo necesario. Pero no suficiente. Diseñar chips es importante, sí. Pero fabricarlos es donde está el verdadero juego.

Hoy, fabricar un chip avanzado es una de las tareas más complicadas que existen. Recuerde que nada de lo que lo rodea existió, todo lo sacamos de arena y árboles. Literal.

Se requieren salas blancas cien veces más limpias que un quirófano, procesos a escalas atómicas, condiciones ambientales extremas. Cada nueva generación exige más precisión, más inversión, más control. Y cada vez es más difícil hacerlo en la Tierra.

Aquí es donde el futuro se despega del suelo. Aquí es donde entramos a la manufactura en el espacio. El espacio no es solo para astronautas. Es la nueva frontera industrial.

Allá arriba, en microgravedad, los materiales se comportan distinto. El silicio se purifica mejor. Los átomos se alinean sin interferencias. No hay polvo. No hay vibraciones. La temperatura puede controlarse con precisión absoluta. Allí es donde los chips del futuro se fabricarán.

Pero los semiconductores son solo el inicio. La manufactura en órbita ya está ocurriendo.

Empresas como Varda Space están produciendo medicamentos en el vacío del espacio. Se han fabricado cristales de proteínas imposibles de obtener en la Tierra, capaces de revolucionar el tratamiento de enfermedades como el cáncer y el Parkinson.

La fibra óptica fabricada en microgravedad es más pura, más eficiente, capaz de transmitir datos a velocidades jamás vistas. Las aleaciones metálicas producidas en órbita son más ligeras y más resistentes. Podrían cambiar la industria aeroespacial, la construcción, la robótica.

Todo lo que la gravedad arruina, allá arriba se perfecciona. Pero México sigue mirando hacia abajo.

El Centro Kutzari es un paso. Pero es un paso corto. Es un intento de entrar en una industria que ya está cambiando de rumbo. Mientras en Puebla se celebra el diseño de chips, el mundo se prepara para fabricarlos donde las reglas son distintas, donde los límites de la Tierra dejan de existir.

La manufactura espacial no es ciencia ficción. Es el próximo gran salto de la humanidad. Y nadie está listo. Ni los gobiernos, ni las industrias, ni las legislaciones.

Las leyes siguen atrapadas en el siglo XX. No hay regulaciones sobre fábricas en órbita. No hay tratados que definan la propiedad de los productos hechos en el espacio. No hay estrategias nacionales para competir en esta nueva era. Así nuestros legisladores.

La historia nos dice que quien se adapta primero, gana. México debe elegir. Puede ser un actor secundario en la industria de los chips de hoy, o puede prepararse para liderar la industria de mañana. No lograremos hacer de Tehuacán un Taiwán, pero el futuro está flotando sobre nosotros, esperando a que alguien lo reclame. Más bien, lo construya.