Ayer, Puebla se transformó en un capítulo digno de la diaria novela de realismo mágico, aunque más bien parecía una pesadilla burocrática. Trabajadores de pipas de agua, esos quijotes contemporáneos que lidian no con molinos sino con la desidia gubernamental, tomaron las calles entre las zonas de Esteban de Antuñano y la Recta a Cholula. Esta acción, casi teatral en su desesperación, es un reflejo de la crisis hídrica que nos azota. Con pozos clausurados y tuberías secas, los piperos alzaron la voz en un grito ahogado, recordándonos que el agua, ese líquido vital que se ha convertido en un lujo inasequible, es su fuente de trabajo.

No obstante, el cierre de estos pozos en Puebla, Cuautlancingo y las Cholulas no parece una medida arbitraria de CONAGUA, pero una medida correcta hacia la regularización del sistema hídrico metropolitano:  eran pozos clandestinos que no atendían las normas federales.

En el vasto y contradictorio país que es México, la escasez de agua no es un fenómeno reciente. No obstante, la situación se agrava y nos confronta con una realidad tan absurda como alarmante: somos uno de los mayores consumidores de agua embotellada del mundo. Cada mexicano bebe al año 286 litros de agua embotellada, cifra que quintuplica el promedio mundial. Cinco. Este dato, más que estadística, es una acusación velada a un sistema incapaz de proveer lo más elemental.

El agua embotellada, así como las pipas, soluciones de mercado a un problema de Estado, se han convertido en un gasto que muchas familias mexicanas simplemente no pueden asumir sin sacrificar otras necesidades. El mercado de agua embotellada en México supera ventas de 70 mil millones de pesos anuales, una fortuna que podría destinarse a servicios básicos si contáramos con un suministro confiable y seguro. Pero, claro, la realidad nos obliga a pagar dos veces: una en impuestos y otra en litros de plástico que se acumulan en nuestros hogares y en nuestros ríos.

Cada botella de agua comprada es un testimonio de la ineficacia gubernamental y de la corrupción que impregna cada nivel de gestión pública.

La dependencia del agua embotellada también tiene un costo ambiental devastador. La producción y el desecho de estas botellas de plástico generan toneladas de residuos que contaminan nuestros ecosistemas, exacerbando una crisis medioambiental que México ya enfrenta con dificultad. Estamos atrapados en un ciclo vicioso donde la solución a un problema alimenta otro, y así seguimos, con un futuro cada vez más seco y contaminado.

En México, la seguridad hídrica es una utopía lejana. Es urgente que el Estado asuma su responsabilidad y actúe con la seriedad que la situación exige. Mientras tanto, seguiremos viendo cómo nuestra ciudad se desquicia, con piperos en protesta y ciudadanos en la desesperación, esperando que algún día el agua vuelva a ser un derecho y no un lujo. Los piperos ya advirtieron que si no les resuelven hoy estarían tomando la 11 Sur, China Poblana y la entrada a Almecatla. Si no pueden garantizarnos la seguridad de que no nos matarán, menos aún podemos esperar que nos aseguren el acceso al agua.