La esperanza del hombre –dice el filósofo español Alejandro Llano- solo asoma en el horizonte existencial cuando la propia vida se entiende como un drama cuya dinámica no es la de un mecanismo sino la de una narración.
El colombiano Juan de Castilla está construyendo un relato de su vida que tiene como fundamento la vocación por ser torero y la confianza de lograrlo.
La esperanza, en el pensamiento cristiano, es una pasión, una virtud que se refiere a un bien arduo y humanamente incierto. No está predeterminada. Sólo se puede observar cuando alguien acepta el hermoso reto de aventurar la propia vida.
El domingo pasado me desperté muy temprano para estar pendiente de la epopeya que iba a realizar Juan de Castilla. Hay ocho horas de diferencia entre Guadalajara y el sur de Francia. Vic-Fezensac, una plaza que se considera un templo torista, había anunciado un concurso de ganaderías para la corrida matinal del domingo 19 de mayo. Iniciaba a las 11 de la mañana (04:00 horas, tiempo de México).
Por redes sociales, me enteré de que había caído un chubasco, y así el colombiano lidió un jabonero de Prieto de la Cal con el que estuvo dispuesto y valiente. El toro resbaló en el fango y eso hizo que la estocada se convirtiera en un pinchazo.
Con su segundo, un toro encastado, boyante y con mucha transmisión de la ganadería francesa Pagès-Mailhan, Juan estuvo vibrante. A pesar del lodazal, empezó de rodillas en el centro del ruedo. Continuó con poderosos derechazos y naturales, exigiéndole al bravo toro. La intensa lluvia hacía que la muleta pesara una barbaridad. Aun así, la faena tuvo clase y temple. Le concedieron una oreja con fuerte petición de la segunda. Salió de la plaza empapado, pero feliz en medio de una gran ovación de un público riguroso, que no solo reconocía su valor como torero, sino que le deseaba suerte en la siguiente etapa de su aventura.
El siguiente desafío era contra el clima y el reloj: ¡Tenía que llegar a Madrid para enfrentarse a una corrida de Miura en menos de cuatro horas!
No es el primero que torea varios festejos en el mismo día. Xavier González-Fisher nos recordaba que, 129 años antes, antes de que existieran los aviones, ni los actuales medios de comunicación y transporte, también un 19 de mayo Rafael Guerra "Guerrita" toreó tres festejos el mismo día, algo muy inusual en su época.
Por su parte, Carlos Arruza y Manolo Dos Santos lo repitieron en México en 1951. Y en 1981, Curro Rivera, para celebrar sus mil corridas, estableció un récord de matar 14 toros el mismo día en Aguascalientes. Pero Guerrita, Arruza, Dos Santos y Curo Rivera, ya eran figuras consolidadas. Juan de Castilla intenta abrirse paso en el cerrado mundo de los toros en España.
Por las condiciones climatológicas no pudo despegar la avioneta que habían alquilado. Tuvieron que manejar al aeropuerto más cercano y tomar un vuelo comercial para llegar a Madrid. Por redes sociales seguíamos el trayecto. Hubo aficionados que, conectados en distintas aplicaciones, le daban seguimiento a la trayectoria del avión. Nos tranquilizamos cuando hizo un "en vivo" por Instagram desde el aeropuerto de Barajas, confirmado que ya había aterrizado, que había un coche esperándolo y que se vestiría en la misma plaza de toros de Las Ventas.
Su incursión en San Isidro se la había ganado en septiembre del año pasado, en su confirmación de alternativa, toreando un corridón de Partido de Resina. El juez de plaza (presidente, en la terminología de los españoles) le había negado una oreja y el público lo obligó a dar una vuelta al ruedo con mucha fuerza. A su vez, esa oportunidad la había conseguido por su actuación en la Copa Chenel, pues después de más de seis años en España sólo había podido torear tres corridas.
Ante la escasez de oportunidades, el humilde sudamericano sabe que en cada toro debe arriesgar la vida. Juan de Castilla es leal a su vocación y a su sufrimiento. Un torero que es consciente de que la muerte, que es lo único que marca el límite entre lo que se puede cambiar y lo que no, abre la puerta a la esperanza y llena nuestra vida de sentido y responsabilidad.
Confieso que mientras seguía las peripecias del colombiano soñaba con verlo salir a hombros con las orejas del Miura en la mano. No solo por la admiración y aprecio que le tengo, sino por Colombia. Un triunfo de esa magnitud, infería, le daría un impulso definitivo a la lucha que se sigue contra el tirano que quiere abolir la libertad.
Ante los toros de Miura, Juan de Castilla demostró no sólo técnica y voluntad, sino un concepto clásico del toreo. Sus muletazos fueron profundos, largos, limpios y templados. Basa su firmeza en un valor sereno y en un conocimiento de los terrenos y de las condiciones de los animales que le permite siempre dar las ventajas al toro y de esta manera emocionar al público.
El colombiano nos enseñó que los peligros son desafíos. La esperanza se hace visible cuando alguien asume el bello riesgo de conquistarse a sí mismo.