Desde los altiplanos donde se disputan los destinos nacionales, baja una vez más una noticia que reafirma la vocación tragicómica de nuestra diplomacia frutal. Esta vez, los protagonistas son los siempre presentes aguacates—y los más recientes mangos michoacanos—, ambos símbolos de un México que exporta mucho más que sabores: exporta dramas diplomáticos.

Para estar al tanto del melodrama, en Michoacán el envío de aguacates y mangos a tierras gringas se detuvo por una semana ante agresiones a los supervisores que tiene EUA para verificar condiciones agrícolas. Justo como en 2022, solo que esa vez el embargo no aplicó al mango. Van escalando las cosas.

Durante la semana que duró este «castigo», los aguacateros vieron cómo se esfumaban aproximadamente 52 millones de dólares. Y no se queden atrás los mangos, que sufrieron su propio calvario con pérdidas de 30 millones de verdes.

Y decimos duró porque el secretario de agricultura, Villalobos Arámbula, y el gobernador purépecha, Ramírez Bedolla, en friega se pusieron a cabildear con nuestros vecinos del norte a través del embajador de Estados Unidos en México, Ken Salazar.

¿Solucionar el problema de seguridad en Michoacán? —risas atronadoras—. La solución será dar protección especial para los aproximadamente 70 inspectores de la USDA en el estado. Los detalles ya los iremos sabiendo.

El titular de la agricultura nacional propuso que las revisiones fueran hechas por autoridades nacionales, a través del Servicio Nacional de Sanidad, Inocuidad y Calidad (SENASICA), cosa que fue rotundamente desechado por los gringos. Más allá de la corrupción, se duda de la capacidad de un servicio que se le ha dejado en los huesos.

Al pobre SENASICA se le ha quitado ¼ de su presupuesto en esta administración, dejándolo con 5 mil millones de pesos para atender desde gripes aviares y porcinas hasta el pasaporte para que viajen las mascotas, pasando por todo lo que se le ocurra relacionado a los animales de abasto.

Con estas lluvias torrenciales —que favorecen la eclosión— espérese tantito para que veamos titulares de cómo se pierden miles de hectáreas ante la langosta centroamericana; que en esta administración se salió de la península de Yucatán para devastar lugares tan lejanos como San Luis Potosí. Un cuarto de toda producción del país está en riesgo si se nos sale de control esto.

Resuelto el trance de huesos anchos, nuestro presidente nos deleitó con una de sus clásicas declaraciones. «Llevamos muy buenas relaciones, estamos trabajando de manera conjunta y no es ese el modito, ¿para qué tanta prepotencia? Si podíamos hablar y evitar el que detuvieran la exportación».

Deja reflexionando el tiempo que tomó resolver este embrollo: exactamente una semana, como si fuera un déjà vu del 2022. La tensión sube, los protagonistas discuten, y en el último minuto, ¡bum!, se resuelve todo justo antes del corte comercial del debate presidencial del día de hoy de Estados Unidos.

«¿Para qué tanta prepotencia?» se pregunta el presidente, como si no supiera que, en este país, la prepotencia es ley. La del más fuerte, del que lleva el arma más grande y el corazón más endurecido. Hablar, dice, como si la diplomacia pudiera florecer en un suelo regado con lágrimas y sangre. Hasta la próxima exportación suspendida —¿jitomates?— observamos este teatro con la esperanza de que algún día, los moditos y la realidad encuentren un punto de acuerdo.