En 2021, cerca de la Universidad de Stanford, en California, un centro de investigación llamado Arc Institute recibía unos 14 mil millones de pesos de fondeo para impulsar el desarrollo de la biomedicina. El miércoles pasado, publicaron un par de artículos académicos que revolucionarán nuestra manera de entender y editar a los seres vivos.

Se llama recombinación puente, y como verso bien medido en soneto barroco, esta técnica reescribe el código genético con una precisión y elegancia que hasta ahora parecían reservadas a la poesía.

El avance de la recombinación puente es un salto cuántico en nuestra interacción con lo que somos. Imaginemos por un momento a los científicos de finales del siglo XX, emocionados por la interferencia de ARN, la primera herramienta que nos permitió silenciar genes específicos, como quien baja el volumen de la televisión.

Desde hace un rato —2012— hemos estado jugueteando con herramientas como CRISPR, que permitieron hacer algunos milagritos en la edición del genoma. Podíamos cortar genes malos y pegar genes buenos, pero había un problema: CRISPR funciona cortando el ADN, confiando en la imperfecta maquinaria de reparación de la célula para el trabajo fino final, y no siempre se reparan como uno quisiera.

La recombinación puente ofrece una narrativa diferente. En lugar de cortar el ADN y esperar que todo salga bien, este sistema desenrolla una pequeña sección, inserta la nueva información genética y vuelve a enrollar la cadena, sin romperla.

Ahora, teóricamente, la recombinación puente nos permite insertar cualquier cosa, en cualquier lugar, sin hacer un solo corte, gracias al entendimiento de unos «genes saltarines» de bacterias que pueden cortarse a sí mismos de una parte del genoma y pegarse en otra.

Es como pasar de una cirugía con machete a una con láser. La inserción es precisa, controlada y programable.

Hemos abierto una puerta a una nueva era del diseño del genoma, y como cualquier avance de esta magnitud, es difícil predecir exactamente a dónde nos llevará. Pero una cosa es segura: el futuro de la biología acaba de ponerse mucho más interesante. Antes solo podíamos editar los genes, ahora podemos escribirlos.

Cada individuo nacido libre de las cargas genéticas que antes parecían inevitables, corregir desde el origen, sanar antes del dolor, y atender rápidamente y humanamente cuando preexistan las condiciones.

Los campos, antaño secos y estériles, ahora florecen con una abundancia que solo la manipulación genética podía traer. Las plantas, modificadas para resistir sequía y plagas, crecen robustas y fuertes. Los agricultores, que antes miraban al cielo con desesperación, ahora cosechan con alegría, sabiendo que sus esfuerzos no serán en vano.

Con la capacidad de insertar genes podemos restaurar y preservar la biodiversidad. Las especies en peligro de extinción reciben una segunda oportunidad, adaptadas para sobrevivir en un mundo cambiante.

Y más allá de la agricultura, de la economía y el medioambiente, la manipulación genética nos ofrece la posibilidad de soñar con una humanidad mejorada, de utilizar la ciencia para eliminar las causas materiales del sufrimiento. Las utopías ya no son para caminar, son para llegar.