En los últimos años, marcas chinas han comenzado a invadir el mercado mexicano con una fuerza que no habíamos visto antes. No es raro encontrar en las calles de nuestras ciudades productos que llevan nombres desconocidos e impronunciables, pero con etiquetas de precios irresistibles.
Podemos observar que gigantes tecnológicos y de consumo masivo como Xiaomi, Huawei o BYD están desbancando a nombres tradicionales como Apple, Samsung o Ford. Los primeros tres eran nombres desconocidos hace pocos años, mientras que los otros eran instituciones de décadas.
Esta invasión no se limita solo a la tecnología o los automóviles. Incluso en el mundo de la moda deportiva, marcas como Li-Ning o ANTA están empezando a dominar el terreno, desplazando de nuevo a los clásicos Nike, Reebok y Adidas.
Tomemos a ANTA como ejemplo. Esta empresa china, que ahora viste a su selección olímpica nacional, se presenta como una opción moderna y accesible. Pero detrás de su fachada de innovación y accesibilidad se esconde una realidad menos atractiva. Ha sido objeto de controversias que incluyen acusaciones de prácticas laborales cuestionables, violaciones a los derechos humanos y apoyar un genocidio.
Mientras que todo el mundo condena y rechaza —o compra a través de terceros— el algodón cosechado en la provincia china de Xinjiang, ANTA anuncia orgullosamente que su algodón es de allá. Que este sea cosechado e industrializado por mano de obra esclava de la etnia musulmana china uigur… ¿qué tiene?
Esta despreocupación por las regulaciones no es exclusiva de esta marca. Las empresas chinas, en general, han mostrado una tendencia a desentenderse de cualquier restricción que les impida maximizar sus ganancias.
La llegada de coches eléctricos chinos a nuestras calles es un ejemplo de esta tendencia. Empresas como NIO y Xpeng están ofreciendo vehículos eléctricos a precios que ponen a temblar a las marcas tradicionales. Sin embargo, esta adopción no está libre de complicaciones. Los estándares de seguridad y las prácticas medioambientales de estas compañías aún están bajo escrutinio, ya que usan la proveeduría más sucia de metales que pueda imaginar.
¿Qué significa para México? Es fundamental entender que nuestra cultura, nuestros valores y nuestra historia están profundamente arraigados en el bloque occidental. La influencia de Estados Unidos y Europa ha moldeado nuestra identidad, querámoslo o no, con una masiva contribución de la cosmovisión amerindia, pero no asiática, menos china.
Mientras que la cultura occidental valora la individualidad, la democracia y los derechos humanos, la mentalidad china se centra en la colectividad, la autoridad centralizada y el pragmatismo económico. Y hará pausa, leerá lo último y verá que en México nos encanta eso —herencia mesoamericana—, pero queda otro legado, el judeocristiano. Este fomenta la moralidad, la justicia social y el bienestar comunitario, en una visión contraria al confucianismo, a menudo comprometido por el enfoque utilitario y de control estatal prevalente históricamente en China.
Por más barato que sea, nuestro futuro no puede ser chino, por una simple razón, nuestro futuro ya es gringo. Hasta que el Río Bravo no haga copia del Gran Cañón, México como país está indisolublemente atado a Estados Unidos, uno de los dos países que terminará por organizar el mundo, ¿cómo le hacemos para aprovecharnos de esto? No está en chino, está en inglés, un idioma que menos de 5 de cada 100 mexicanos puede utilizar.