Los mexicanos somos grandes apasionados de los ácidos. Ejemplos abundan, como en los escabeches, que se extienden a lo largo de toda la nación, conservando los más diversos productos en ácido acético, el componente más sustancial dentro de un vinagre. O en forma de ácido láctico, también encontrado en vinagres, pero fundamental para darle ese saborcito a la mucha crema que le echamos a nuestros tacos. Por eso saben tan sabrosas las papas fritas con vinagre —platillo nacional de Inglaterra—, pruébelo.
Aunque, sin duda, su majestad del ácido —apodo para varios artistas de los 60s— es el cítrico, especialmente en su forma de limón. Consumimos más naranja, sí, pero esa va en jugo y es otro juego.
El limón es el aliño básico para el paladar mexicano. Lo mismo sobre una tortilla hace una comida, que sobre una melena produce un peinado. En este sexenio, el ácido gusto de ser mexicanos nos cuesta el doble.
Del mes que asumió poder esta administración —a finales del ‘18— el limón ha escalado una brutalidad, pues ha pasado de costar en promedio 17 pesos por kilo a 32.
Este trayecto no ha sido una suave escalada, pues hemos visto verdaderas salvajadas como los precios de 2022, donde el kilo de limón rondó los cien devaluados. Aquel año una conjunción climática de torrenciales lluvias y alta humedad justificó buena parte del incremento; entonces la cuota del narco apenas eran unos 50¢ por kilo. Hoy, con hasta cinco pesos por extorsión —entre productor y empacador— los números simplemente ya no cuadran.
El cinismo del morenista gobierno estatal de Michoacán es mucho, pues culpan a los propios productores de inventar las extorsiones para manipular el mercado y subir los precios. Y bueno, en 2022 Desarrollo Rural federal ridículamente declaró que «uno de los principales productores de cerveza lanzó al mercado una línea saborizada con jugo de limón, lo cual determina una mayor demanda interna del cítrico». Digamos que se van refinando.
Pese a esto, el gobierno estatal terminó asumiendo el control del tianguis limonero de Apatzingán, corazón neurálgico del comercio del limón en la zona. La intervención del gobierno —especialmente mexicano— en cualquier actividad económica solo significa una cosa más: un bolsillo más que satisfacer a base de mordidas.
En revisión histórica, la última vez que tuvimos un incremento así en el limón fue en el sexenio de Zedillo… cuando la economía nacional entrara en una espiral de caos financiero… situación que es innegable se encuentra germinando en este momento. Ya veremos si termina tan mal como la otra vez.
El incremento de precio en el limón no es cosa menor, y con dos multiplicaciones los números escalan a ilustrar la realidad.
Cada mexicano se embucha arribita de 18 kilos de limón anualmente, lo que, con el incremento, significa en promedio gastar 280 pesos más al año. Multiplíquelo por los 130 millones que somos —conservadoramente 100 millones, el padrón del INE— y resulta en una sangría innecesaria a la nación por 28 o 37 mil millones de pesos… tan solo por la incompetencia limonera de esta administración.
Ayer, Sheinbaum anunció un huequito en su gabinete —impunidad— para Leonel Cota Montaño, actual director de Seguridad Alimentaria Mexicana (Segalmex), encargado de tapar irregularidades de su antecesor por entre 12 y 20 mil millones de pesos.
Pareciera estamos enganchados a ácidos, pero lisérgicos, viendo la realidad de este país. Al menos esos ácidos disuelven las estructuras de opinión y derrumban los modelos de comportamiento y procesamiento de la información. Los otros ya hasta nos amargan la comida.