Sergio deja el poder. La sombra de su legado busca extenderse en el tiempo, parece que en múltiplos de seis. El Centro de Innovación e Integración de Tecnologías Avanzadas (CIITA) del IPN — el Poli, ¡huélum! — en Puebla, es prueba de ello. Diecisiete hectáreas, seiscientos millones de pesos que buscan ser un bastión de ciencia, agroindustria, motores y textiles. Veintinueve laboratorios listos para escudriñar verdades que no tiemblan ante la opinión. Sergio plantó una semilla; el fruto dependerá del terreno que Alejandro Armenta, el gobernador entrante, logre labrar.

La inauguración del CIITA no fue un simple corte de listón. Fue un mensaje. A los ojos de la 4T, la ciencia es un arma de doble filo. Puede liberar o puede condenar. Rosaura Ruiz, la voz de la nueva Secretaría de Ciencias, Humanidades, Tecnología e Innovación, aplaudió el logro. Habló de unir ciencia, tecnología, innovación y humanidades. Hermoso en palabras, pero en la práctica, un terreno pantanoso. ¿Cómo reconciliar el rigor científico con las ideologías que a menudo lo enredan?

La presión federal está ahí. Un gobierno que ve en la tecnología una herramienta de desarrollo, pero también un campo de batalla. Las corrientes ideológicas, con su carga de subjetividades, a menudo chocan con los principios de la ciencia: verdad, evidencia, individualismo. El laboratorio de análisis de suelos del CIITA es ejemplo de ello. El suelo no miente. Analizarlo implica actuar. Fertilizar mejor, cambiar cultivos. Pero, ¿qué pasará cuando el estudio dicte que la milpa no es la mejor opción y la buena cueste 45 mil pesos? ¿Cuando los datos choquen con las narrativas del régimen?

Armenta tiene una oportunidad única. La infraestructura está ahí. La inversión de Sergio asciende a 3,400 millones para el Poli en la entidad. El CIITA es una herramienta poderosa. Pero no basta con inaugurar. Hay que operar. Usar la ciencia como motor de desarrollo exige valentía. Exige enfrentar verdades incómodas y resistir presiones ideológicas. La ciencia no es servil. Y en una administración que pregona la transformación, el reto está en transformar para avanzar, no para retroceder.

Un proyecto social con potencial, pero que también carga con expectativas. Los campesinos necesitan saber qué produce mejor su tierra, no qué encaja mejor en un discurso. Con acciones que reconozcan las realidades del campo, por ejemplo. La pobreza no se combate con idealismos, sino con datos. Si Armenta logra que la ciencia hable más fuerte que las consignas, Puebla tiene un futuro prometedor. Sus reconocimiento del potencial del litio como motor de desarrollo hace apuntar hacia lo positivo.

El CIITA tiene el potencial de ser un modelo. Solo existen tres en México. Su enfoque en la agroindustria, la industria automotriz y la textil lo posiciona como un eje estratégico, diseñado para impulsar ejes fundamentales para Puebla. Céspedes deja una estructura. Armenta debe darle vida.

El cambio de administración es más que un acto político. Es una prueba. De continuidad, de visión, de audacia. La ciencia no es neutral, pero tampoco es dócil. La administración de la 4T enfrenta el desafío de aprovecharla sin distorsionarla. Un desafío que define el verdadero alcance de cualquier transformación que busque hacer un gobernador, el primero en apuntar por seis años completos para planear y desarrollar, hace siete ejecutivos que no vemos eso.