2025 asoma con promesas de increíbles saltos tecnológicos globales. El espacio cercano, esa delgada línea entre nuestra atmósfera y lo desconocido ya no es solo un sueño: es una industria. Turismo suborbital, manufactura orbital, minería espacial. El mundo se estira hacia arriba con proyectos tangibles. Y México... México roza la orilla del progreso con manoteos vaporosos.
Nuestra presidenta, con la mirada de quien pretende inspirar grandeza, anuncia una misión espacial para 2027. Neri Vela, primer astronauta nacional, la tilda de ridícula. Razón no le falta. Sin infraestructura, sin preparación real, sin visión estratégica, es solo un espectáculo, una bandera para colgar en el Zócalo y gritar: «Estamos avanzando». Pero avanzar no es declarar. La exploración espacial requiere inversión sostenida, desarrollo de talento y colaboración internacional seria. Aquí solo reproducen modelos para apantallar en redes sociales.
En la tierra firme, la revolución de los vehículos eléctricos acelera. Países construyen ecosistemas de proveeduría, capacidades técnicas, polos de innovación. La cadena de valor de un auto eléctrico es compleja: baterías, software avanzado, infraestructura de carga. China, Alemania, Estados Unidos lideran con gigantescas inversiones privadas y públicas, pero en México la respuesta es el Olinia. Un cochecito eléctrico, fruto de la maquinaria estatal. ¿Qué malas historias nos recuerda?
«Si podemos tener una armadora en Yucatán y otra en Sonora, ¿por qué no una en cada región?». Suena noble, pero también suena bastante menso; bajo esa capa de optimismo está la cruda realidad: improvisación, recursos limitados, una iniciativa pública incapaz de competir con la eficiencia privada.
Volkswagen invierte 942 millones de dólares en Puebla para un centro estratégico de electromovilidad. El gobierno federal asigna 25 millones de pesos al IPN y al Tecnológico Nacional de México para la misma tarea. Un gesto simbólico frente a la magnitud de lo que implica la transformación tecnológica global, y ya veremos a Puebla pelearse por traer esta inversión. Armenta ya lo dijo.
El Olinia se ofrecerá entre 90 mil y 150 mil pesos. Accesible, dicen. Financiamiento justo, aseguran. Pero los números cuentan otra historia: el dinero fluye, pero no al desarrollo, sino a los bolsillos de quienes financian proyectos faraónicos con el dinero de todos. Las armadoras globales invierten miles de millones en innovación, mientras, aquí se celebra la mediocridad con desfiles de propaganda y ceremonias de corte de listón. La infraestructura de carga eléctrica sigue siendo un sueño distante, la producción de baterías de litio, inexistente y la investigación científica, subfinanciada. Bueno, es que ni calles pavimentadas tenemos en este México prejurídico. Pero ya estamos diciendo que con las ganancias de los coches financiaremos la ciencia en el país, de locos.
El 2025 nace, pleno de oportunidades. Un nuevo año siempre lo hace. Pero también arrastra consigo la posibilidad de decepcionar de 365 maneras distintas. La magia bisiesta se fue el año pasado.
Lo que podría ser un capítulo de progreso global, en México amenaza con ser otro acto de ilusionismo, financiado por el bolsillo de los cautivos del fisco de siempre. La diferencia entre el verdadero desarrollo y el simulacro es cada vez más clara: mientras otros construyen el futuro con planes a largo plazo, aquí seguimos pintándolo con brocha gorda, con la esperanza de que nadie se acerque lo suficiente para ver que la pintura guinda está descascarándose.