Huevos. Prodigio de la biología que lo mismo sirven para un desayuno completo que para medir el carácter de un hombre… aunque biológicamente femeninos, pero para que mida la perversidad narrativa que nos cargamos. Se puede hablar de la fragilidad del cascarón, de la riqueza de la yema, de la ligereza de la clara, pero en este país sabemos bien que los huevos no solo se meriendan, también se necesitan.

Veamos lo que pasa en Estados Unidos, donde los huevos no solo han subido de precio, sino que han sido secuestrados por el capitalismo más cínico. ¿Cuánto? Casi ocho verdes la docena, unos ciento cincuenta devaluados.

La gripe aviar tiene parte de culpa, pero la neta es otra: las grandes empresas productoras han encontrado en el pánico la gallina de los huevos de oro. Dos años atrás, los granjeros lo dijeron con todas sus letras: la producción se mantuvo estable, pero los precios de los intermediarios subieron como si cada gallina hubiera decidido sindicalizarse.

El gobierno de Biden amenazó con medidas antimonopolio y, como por arte de magia, los precios bajaron. Un milagro, dirían algunos. Un descaro, dirían otros. Pero entonces regresó Trump y prometió lo imposible, bajar la canasta básica, algo incompatible con sus políticas. Su administración, en vez de fiscalizar, dejó que las corporaciones hicieran lo que quisieran. No impuso regulaciones y ahora los precios siguen en una montaña rusa donde el consumidor es el único que nunca se baja.

Y si de huevos hablamos, hay que irse a Sinaloa, donde ayer el secretario federal de agricultura Berdegué Sacristán se fajó los blanquillos —con partes iguales de valentía y prudencia— para una zona que no es otra cosa que un campo de guerra en medio de una ciudad. No por gusto, claro, sino por la Expo Agro Sinaloa. Que, si bien es de las más relevantes del país, era para dar un mensaje de la mano del morenista gobernador Rubén Rocha: todo se normaliza en Sinaloa.

Ejército y Guardia Nacional resguardaron fuertemente la inauguración en algo que debería verse con optimismo si hacemos memoria. Recordemos que hace tres meses se canceló la expo ganadera, donde la amenaza más suave fue balacear las taquillas.

Dicen que en la política hay momentos que definen la carrera de un hombre, y luego están los que la inmortalizan en el folclor. Lo de Rocha Moya fue de los segundos. Ahí estaba, en 2019 en un evento con el presidente López Obrador, con la solemnidad que exigen los discursos donde todos se aplauden entre ellos. Todo iba bien hasta que, en un movimiento de piernas mal calculado, el gobernador se recetó sendo desayuno veracruzano: pellizcada de huevo. La pinza fue inmediata, el dolor inevitable, y el gesticulado digno de los memes que le siguieron.

Lo que es seguro es que los usa poco y los cuida mucho desde entonces. No solo por su manejo errático de la seguridad, sino porque ayer, en conjunto con Berdegué, se los sujetaron firmemente para dar la declaración de que el gobierno Federal está listo para «comprar los dos millones de toneladas de maíz blanco que produzca Sinaloa». Brincos dieran.

La realidad es que este año Sinaloa no va a alcanzar esa cifra ni rezando a San Isidro Labrador. La siembra se redujo a la mitad comparada con el año pasado, y a un cuarto de lo que era hace dos. El granero nacional ya no es lo que era y eso nos va a obligar a importar maíz blanco transgénico de fuera. Al tiempo.

Habrá que ver si Berdegué los prefiere poché, duros, o pasados por agua, como él, pues está quedando como el perro de las dos tortas. Para la industria es tibio, para los agroecologistas radicales de Morena es un vendido. Lo acusan de trabajar para transnacionales —de comer carne en vigilia— y de defender el modelo agrícola que, con sus bemoles, ha logrado que las hambrunas las veamos tan lejanas como una plaga de tábanos. Sus detractores no tienen razón, pero tienen volumen, que en política es casi lo mismo.