El lado correcto de la historia siempre es un lugar cómodo. Es un terreno sin baches, sin preguntas difíciles, sin consecuencias inmediatas. Lo correcto. Lo justo. Lo que suena bien en los discursos. Lo que nadie se atrevería a cuestionar en público sin que lo llamen vendepatrias o títere del capital. No se necesita mucho para estar en el lado correcto de la historia: basta con elegir las palabras adecuadas, prometer lo incuestionable y asegurarse de que el aplauso sea más fuerte que cualquier argumento en contra.

Es fácil aprobar becas para los viejitos. Nadie va a pararse en una tribuna para decir: «quizá deberíamos cobrar el predial como se debe y usar ese dinero en infraestructura básica». Eso no da votos. Eso no enciende corazones. Pero dale a la gente un ideal con carga emocional –viejitos, maíz, soberanía alimentaria– y se habrá ganado la discusión antes de que empiece.

La última gran victoria de «las causas justas» llegó este lunes, cuando Claudia Sheinbaum firmó la reforma constitucional que prohíbe el cultivo de maíz transgénico en México. Un acto heroico. Una defensa de la identidad nacional.

En la narrativa oficial, el maíz ha sido elevado de nuevo al nivel de los dioses en un nuevo capítulo del Popol Vuh. Como si con un decreto se pudiera blindar una tradición de la Edad de Piedra contra las inclemencias del tiempo y la brutalidad del mercado.

Los números cuentan la historia real. En los últimos dos años la producción de maíz en México se ha desplomado un 20%. Uno de cada cinco granos que sembramos en 2023 no existirá en este año. Por primera vez en más de 35 años, México será deficitario en maíz blanco, que vamos a importar transgénico del extranjero.

Pero nadie quiere hablar de eso. Es incómodo. Es complicado. Es mucho más fácil hablar de los 59 tipos de maíz nativo, del rescate de las tradiciones, de la importancia de preservar la biodiversidad. ¿Habrá un programa serio para proteger el germoplasma del maíz? ¿Se mapeará su genética para mejorar su nutrición y resistencia? ¿Habrá una estrategia real para aumentar la producción? No. Claro que no. La 4T prefiere correr con los ojos cerrados, directo contra la pared.

La verdad es esta: prohibir el maíz transgénico no es un plan. Es una declaración política, una bandera ideológica. No resuelve nada. No aumenta el rendimiento de las cosechas. No reduce las importaciones de Estados Unidos, que nos han vuelto en el primer comprador de maíz del mundo. En un mundo donde existe China.

El Club de la Buena Onda de la 4T, la que cree que tiene idea agropecuaria, vive en Coyoacán o Xochimilco, estudió algo de ciencias sociales, y cree que las chinampas son la panacea de seguridad alimentaria nacional.

Lo único que nos ha salvado de nuestra mediocridad agronómica, hasta ahora, es que México nunca ha necesitado producir todo su alimento. Siempre hemos tenido mercados globales para compensar nuestras carencias. Pero la regionalización de la economía, el auge del proteccionismo, Trump en la Casa Blanca, las pésimas expectativas económicas del país… todo eso se está alineando para crear un desastre que ni los más románticos de la 4T podrán disimular.

Las revoluciones no comienzan con manifiestos. Comienzan cuando la gente tiene hambre. Cuando el precio de la tortilla sube. Cuando los estómagos vacíos se convierten en rabia.

Pero para entonces los que planearon el cagadero estarán en otro lado, diciendo que hicieron lo correcto. Que la culpa es del neoliberalismo, de los especuladores, de los gobiernos anteriores. De cualquiera, menos de ellos. Estar en el lado correcto de la historia no significa que hiciste las cosas bien, solo significa que te aplaudían mientras hacías tus gracias.