Lo anunció con la solemnidad de quien promete llevar los tamales para la Candelaria. La presidenta Sheinbaum anunció el fin de semana pasado—desde Zacatecas para afianzar el calambur— el «Frijol del Bienestar», una cruzada patriótica para que al pueblo no le falte lo básico. Un intento de ponerle alma a la tortilla y cuerpo a la esperanza: duplicar la producción y bajar su costo para garantizar la tripita llena, aunque sea con frijol aguado.
En México, cuando algo fracasa estrepitosamente, basta cambiarle el nombre para seguir igual. Así ha sido con los programas sociales, con las instituciones, con las promesas de autosuficiencia. Con MORENA. Ahora, le toca al frijol.
¿La idea? Rescatarlo con el mismo modelo que lo acaba de asfixiar. Con AMLO pasamos de importar 5 de cada 100 frijolitos a la barbaridad de 40, disparando de paso el precio de $22 a casi el doble.
¿La estrategia? Volver a centralizar producción, acopio y distribución, como en los mejores tiempos echeverristas del PRI, pero con giro, porque ahora el frijol lo procesaremos no solo en saco o en bolsas, pero latas y pouches: frijolitos del refrito del bienestar.
Como si CONASUPO —nadie sabe, nadie supo— o LICONSA —que desapareció la semana pasada para llamarse Leche para el Bienestar antes de esfumar 4 mil millones en crema en su última auditoría— no nos hubieran enseñado que el Estado mexicano no sabe ser abarrotero sin chingarse la caja, el producto y el consumidor.
Quien ejecutará esta acción será Alimentación para el Bienestar, el nuevo disfraz de SEGALMEX, que absorbió a CONASUPO, DICONSA y LICONSA, y terminó como la dependencia que protagonizó el mayor escándalo de corrupción documentado del sexenio de AMLO.
Estas acciones se harán desde una de las 8 nuevas plantas procesadoras del Bienestar. Infraestructura para miel, maíz, café, frijol y cacao. Donde no solo se procesan estos insumos recolectados a través del deficientísimo programa de Precios de Bienestar, pero se genera magia.
En la planta procesadora de Tlalpan ya está por salir el «Chocolate del Bienestar», una delicia tan dulce que ni los dientes se le resisten, tan mágica que reduce a Willy Wonka al nivel Ricardo Anaya. Tiene tanta azúcar que debería venir con cepillo incluido, pero la presidenta nos aclara que es poquita, casi nada. Tres sellos de advertencia, sí, azúcares en exceso, también, pero con fe guinda, eso no importa.
Y es que si a algo le sabe este gobierno es a la magia de los envoltorios. Le dan vueltas, le cambian el moño, y lo dan como nuevo. Que no funcionó la estrategia agroalimentaria y que en el sexenio de AMLO se abandonaron 1 de cada 10 hectáreas nacionales, bueno, pongámosle otro nombre. Plan México por la Soberanía Alimentaria.
Y tal vez, en una pirueta del absurdo, ser tenderos puede ser la mejor idea del sexenio. Quién sabe, tal vez a esta administración sí le funcione el negocio... no el de gobernar, que eso les queda grande y ridículo como sombrero vaquero a turista holandés, sino el de la abarrotería patriótica: latas con logo, bolsas con moño y promesas al vacío. Ya tienen imagen, productos, el branding «…del Bienestar». Les falta nomás poner un cartel de «este sexenio no se fía» y reposicionar a la señora con cara de pocos amigos para que cobre.