Hay momentos en que los países se miran al espejo y no se reconocen. Y hay otros, más abundantes y menos heroicos, en que se miran al espejo y se reconocen demasiado. Lo de la crisis zoosanitaria entre México y Estados Unidos, detonada por la presencia del gusano barrenador del ganado, pertenece a esta última categoría.
Para entender esta crisis hay que mirar al cielo. Literalmente. Desde hace décadas, México y Estados Unidos, y algunos aliados centroamericanos, han contenido la propagación del gusano barrenador mediante un sistema que parece salido de la ciencia ficción burocrática: vuelos diarios de aviones que liberan moscas estériles, criadas en laboratorios, para interrumpir el ciclo reproductivo de la plaga. Las moscas macho, incapaces de fertilizar, copulan en vano con hembras silvestres. Poco a poco, la población se colapsa. Es una guerra invisible, aérea, continua y muy costosa. El financiamiento, por cierto, corre mayoritariamente por cuenta de Estados Unidos.
La escena es de libreto ya leído. El Departamento de Agricultura de Estados Unidos publica una carta en tono de ultimátum. No pide, exige. La secretaria Brooke Rollins, con la voz tonante de los intereses pecuarios, demanda cooperación total de México para proteger sus ganaderos. El tono es más de sheriff que de secretaria. O alinean su sistema zoosanitario o se atienen a las consecuencias.
En la carta oficial enviada el sábado pasado por la secretaria de agricultura Brooke Rollins a su contraparte mexicana se exhiben los absurdos administrativos del lado mexicano. El más desconcertante: la insistencia de México en limitar los vuelos de liberación de moscas a sólo seis días a la semana. Como si el gusano supiera que los domingos no hay vuelos y son días de guardar.
México, además, ha querido imponer impuestos y revisiones aduanales a los mismos vuelos de moscas que ayudan a proteger su propio hato ganadero. La paranoia de algunos de que sobrevuelan lugares bien en la chingada.
Un programa operado desde hace décadas, con eficiencia, por el departamento de agricultura gringo y la cooperación regional. Es decir: ponemos trabas legales a un esfuerzo pagado con dinero extranjero, que nos beneficia —30 años tuvimos esto bajo control—, y sin el cual no podríamos exportar carne al mundo. La necedad, en este caso, no es soberanía: es sabotaje administrativo.
Y del lado mexicano, como también es costumbre, primero se responde con brío de independencia. Julio Berdegué, titular de SADER, apela en redes sociales a la soberanía, asegura que «México no se subordina, como dice la presidenta», que tomará sus decisiones sin presiones externas. Un discurso que duró, como todo lo que se escribe en plataformas digitales, apenas unas horas.
Poco después, la propia secretaria Rollins publica un nuevo mensaje: México ha aceptado reabrir los protocolos conjuntos de revisión, fortalecer la colaboración, y facilitar las inspecciones binacionales. Es decir, que México sí se subordinó. Lo hizo rápido, en silencio, con la cortesía del que ya está acostumbrado. Como quien cierra la puerta de la casa después de que el vecino ya entró.
Y como si la escena necesitara un giro dramático adicional, el MVZ Juan Gay Gutiérrez, director general de Salud Animal del SENASICA, anunció su jubilación para ayer, final de mes. Oficialmente, un retiro administrativo tras décadas de servicio. Extraoficialmente, un signo de abandono en plena crisis. ¿Fue desgaste? ¿Colusión? ¿Cansancio? ¿Una limpia institucional disfrazada de retiro? Nadie lo sabe. Pero lo cierto es que la oficina encargada de enfrentar el gusano quedó acéfala justo cuando más se le necesitaba.
Porque sí, digámoslo con claridad: México está subordinado a Estados Unidos. No por maldad imperial, ni por una administración específica. Lo está por diseño. Y eso no es culpa del gusano. Ni de la secretaria Rollins. Ni siquiera del retiro silencioso de un funcionario. Es la consecuencia de décadas de decisiones cómodas, de haber preferido la dependencia tolerable al esfuerzo autónomo. México ha decidido que es más sencillo seguir siendo el socio menor de una relación desigual, que construir sistemas propios de autonomía estratégica. La real. No lo que esta administración y la pasada lo exacerbaron. Lo mismo pasó con la energía, lo mismo con la farmacéutica, lo mismo con la infraestructura. La ganadería sólo lo confirma con más pasto y más estiércol.
El gusano, al final, no sólo barrena al ganado: horada también lo poco que queda de autonomía. Nosotros, cada tanto, nos comemos nuestras propias palabras. Como si el gusano supiera que los domingos no hay vuelos y son días de guardar.