—Sin enojarte—. La frase flotó en la mañanera del martes, de la señora presidenta a un miembro de su gabinete. Claudia Sheinbaum, en su papel de mediadora involuntaria, sonreía con la amargura de quien regaña a un adulto que se comporta como niño. Julio Berdegué, secretario de agricultura y ganadería, apretaba los labios, con la mirada perdida en el atril. Lo habían llamado a escena para explicar el tema del gusano barrenador y había terminado en el incómodo rol de adulto reprendido en público, cuando la presidenta le pidió en una voz baja que nadie más debía cachar, que no se calentara en su respuesta.
El motivo del regaño era más grande que su ego herido. Estados Unidos nos cerró las puertas pecuarias. Quince días de suspensión para la carne mexicana. Millones en pérdidas. ¿Cuántos? Unos 12 millones de dólares diarios de ganaderos mexicanos.
Berdegué, que hace apenas una semana presumía un acuerdo con su homóloga estadounidense para evitar precisamente esto, ahora solo tenía enojo. ¿Dónde estaba ese acuerdo? ¿En qué escritorio olvidado se había firmado?
La realidad es que le vieron la cara y le confirmaron que ya no confían nada en México. La burra no es arisca. A los gringos los traíamos desde hace más de 2 años dándoles vueltas con este problema. Los últimos meses haciéndonos más mensos que estudiante con tarea en Semana Santa.
El gusano barrenador, un parásito diminuto que se alimenta de carne viva, convierte a los animales de sangre caliente en incubadoras de muerte. Perros, gatos, reses, humanos. Un enemigo que la región había logrado controlar por décadas gracias a un método tan ingenioso como simple: moscas estériles. Millones de moscas criadas en laboratorio, incapaces de reproducirse, que al ser liberadas desde avionetas se aparean con las moscas silvestres y cortan de raíz la proliferación del gusano. Ciencia, tecnología y constancia. Costeado por los gringos.
Pero en México, la constancia es solo una palabra y la ciencia un lujo. Durante años, ese control fue efectivo, hasta que dejó de serlo. ¿Por qué? Porque aquí tenemos la costumbre de abrir las puertas a las soluciones fáciles y cerrar los ojos a las consecuencias.
Fue durante el sexenio de AMLO, bajo la bandera del Paquete Contra la Inflación y la Carestía (PACIC), que se permitió la entrada de carne importada sin las mínimas revisiones sanitarias. Carne barata, carne que llegaba directo a la mesa, carne en cuatro patas que cruzaba la frontera sin preguntas hacia los rastros nacionales.
Entre esos cargamentos, vino el gusano barrenador. Discreto, silencioso, invisible. Como todo lo que en México ignoramos hasta que se convierte en catástrofe. Y en esta esquizofrenia tan mexicana, exigimos soberanía y autonomía, pero suplicamos a Estados Unidos que nos resuelva el problema. La planta de moscas estériles de Chiapas, ahora en desuso por falta de fondeo, la queremos financiada por ellos, operada por ellos, vigilada por nosotros.
Vino de ahí. Pero también vino de un gobernador y un senador morenistas del norte, vulgares ambiciosos que aprovecharon el momento para hinchar sus empresas cárnicas. Vino de un desdén por no querer trabajar en conjunto con Estados Unidos. Un país que, por defender sus propios intereses, no se deja hacer tarugo con revisiones y chequeos, como nos encanta hacerlo a nosotros a manera de deporte nacional. Viene de que nos vale gorro todo y nos encabronamos si nos lo señalan.
Una soberanía que solo sirve para hacer berrinches, una autonomía que se mide en palabras y no en soluciones. Que no se enoje, señor Secretario Berdegué. Que entienda, no es todo su culpa. Que el gusano barrenador tampoco se enoje, su pecado lo compartimos, ser avorazados por hambres atrasadas.