Hubo un tiempo hace no tanto en el que las grandes plagas eran cosa de libros de historia. Relatos de siglos oscuros, cuando la humanidad sucumbía ante males sin cura que hoy son simples anécdotas. La peste negra, cólera, lepra… nombres que sonaban lejanos, más cerca del folclor que de la vida diaria. Pero la historia tiene una manera cruel de repetirse, especialmente cuando el gobierno se empeña en devolvernos a la edad de las sombras.

Aquí estamos, en pleno siglo XXI, viendo cómo regresan las enfermedades que creíamos derrotadas. La tos ferina, ese martirio de la infancia que durante décadas fue apenas un recuerdo de otras generaciones, hoy reaparece en los reportes epidemiológicos. El sarampión, esa fiebre manchada que fue erradicada con campañas de vacunación masivas en los tiempos de nuestros abuelos, vuelve a contar contagios como si nunca hubiera existido la inmunización.

¿La razón? No es un virus mutante ni una conspiración. Es algo mucho más simple: la ineptitud. La ineficiencia administrativa, la negligencia disfrazada de austeridad, y el desprecio por la salud pública que caracteriza a la actual administración y que, no olvidemos, comenzó a incubarse en la pasada. Porque la negligencia también tiene segundos pisos y continuidad sexenal.

Las vacunas, esos escudos milagrosos que nuestros abuelos celebraban como bendiciones del cielo, hoy son tratadas como lujo o, peor aún, como capricho burocrático. Niños que no reciben sus dosis a tiempo, padres que recorren farmacias buscando la protección que antes era garantía. La política de salud del país ha pasado de ser un modelo preventivo a una ruleta rusa, donde cada temporada hay una nueva sorpresa infecciosa.

Pero hay más. Porque no solo las enfermedades humanas están de regreso. También las plagas que afectan al ganado —y de paso, a los humanos— vuelven a levantar la cabeza. El gusano barrenador, ese viejo enemigo de la ganadería, ha regresado a México después de tres décadas de control absoluto. Una plaga que no solo infecta al ganado, sino que puede atacar a los humanos. Dos casos ya confirmados y un país que observa, pasmado, cómo lo que fue una historia de éxito se convierte en una crónica de retroceso.

Para entender la gravedad del asunto, hay que recordar que nos tomó décadas reducir su zona de impacto. Desde el Río Bravo hasta las fronteras del istmo centroamericano, se luchó contra esta plaga con rigor y constancia. Año tras año, el territorio de infección se redujo. Y ahora, en menos de un sexenio, esa franja de protección se ha roto, y el gusano barrenador vuelve a abrirse camino.

¿Y qué hace la autoridad? Nada. Porque esta administración ha convertido la incompetencia en una doctrina. El descuido es política pública. No es solo una cuestión económica: es una crisis sanitaria que puede crecer de manera incontrolable. Por tener este mercado descontrolado, el gobierno de Estados Unidos cerró la exportación de ganado mexicano a su país por 15 días, lo que lleva a unos 250 millones de pesos de pérdidas para los ganaderos nacionales.

Un país donde las enfermedades medievales regresan, y las plagas que fueron erradicadas vuelven a caminar entre nosotros. Todo gracias a la negligencia de unos cuantos. Hoy son dos casos de gusano barrenador. Mañana, quién sabe. Lo que es seguro es que, lo que nos tomó décadas llevar a un cierto nivel de avance, nos tomará el doble o triple de tiempo siquiera revertir. Ya sabrá a qué me refiero.