Ante las presiones de los antitaurinos, la presidente municipal de Puebla, mi ciudad, ha anunciado que la decisión de prohibir las corridas de toros se dará de manera colegiada, que tomará en cuenta la opinión de los ciudadanos y de las personas que integran los grupos de defensa de los animales. Si esto se somete a votación y a la estadística resultante, los que amamos las corridas de toros ya podemos darnos por despachados.
La presión más que un impulso de protección animal tiene todos los tintes del colonialismo cultural. Si no, pregúntense: ¿por qué los grupos animalistas tienen la mira apuntada hacia la tauromaquia y no hacia otros problemas de maltrato animal mucho más graves y de mayor cantidad? Cada fin de semana en los poblados de la provincia mexicana son degollados miles de cerdos y borregos, a los que colgados de las patas se les deja desangrarse vivos, si el corazón no bombea no sería posible vaciarlos.
De igual modo, no se pone gran empeño en salvar a millares de perros confinados día y noche en una azotea, un traspatio o a la soga que los mantiene atados a un árbol. Tampoco se protege a las decenas de canes que en este México de mis partes nobles son atropellados en las carreteras o abandonados en el campo. De la misma forma, ponerle un abrigo a un perro, también es maltrato, lo mismo que tener prisionero a un animal silvestre.
Por una ignorancia intransigente, la tauromaquia se ha convertido en un delito social y hacia ella se apuntan las baterías. No se piensa en los dobleces que esta represión conlleva. El neocolonialismo cultural ataca a una tradición centenaria sin que nos demos cuenta que al perderla seremos menos auténticos. La respuesta a la pregunta planteada párrafos arriba es que tras el animalismo existen otras intenciones que tal vez ni los propios seguidores alcanzan a ver. El colonialismo cultural envilece y ablanda; con una nación menoscaba y sin identidad, el dominio económico y político es pan comido.
¿Hay un maltrato animal en la corrida? Sí, sí lo hay, pero no es mayor al que se da en las matanzas clandestinas ni en los mismos rastros. Las corridas se han vuelto indefendibles por la falta de respeto que se le tiene al toro. Me refiero a cosas y hechos como el serrucho que corta los pitones, a los novillos adelantados echados como animales adultos, a la puya leona, a los pinchazos y descabellos sin un límite, y a los rejones de castigo. Pero este maltrato podría ser mínimo si los ayuntamientos se esmeraran en hacer cumplir el reglamento taurino. Las autoridades junto con la apatía de los aficionados son las que han hecho que las corridas de toros sean indefendibles.
Definitivo, la lidia y muerte del toro a estoque es anacrónica y no tiene un fin práctico, pero habría que considerar otros aspectos por los que debe continuar. El primero, la pervivencia del toro de lidia, que sin corridas, poco a poco, se irá extinguiendo. También, lo harán las otras especies que viven en los potreros donde pasta el ganado bravo. Igualmente, debemos sumar las consecuencias económicas y sociales que traería el desempleo de matadores, subalternos, caporales, vaqueros y más. Al mismo tiempo, las pérdidas en la tradición cultural serían incalculables, pero para verlo se necesita ser lúcido y abierto de mente, algo que se aprende en los museos, en las conferencias y en los libros. Así que estamos arreglados.
En la actualidad, los aficionados a la tauromaquia somos una minoría perseguida, discriminada, vulnerada en sus tradiciones y que pretenden pasar por encima de nosotros de la manera más democrática, sin darse cuenta -paradojas de la vida- que pugnar por la prohibición de las corridas es condenar al toro de lidia a su extinción, es pretender ayudarlo sin haberlo comprendido nunca y con ello, enviarlo al matadero.
Tiene su guasa y me deja una sonrisa con sabor a cobre en la boca, soy aficionado a los toros, lo he sido, lo seré siempre, amo al toro y quiero que se le respete en la plaza. Sé que es difícil entender lo que estoy diciendo, pero no es un disparate: soy taurino y simpatizo con la defensa de los animales. Puta madre… les juro que se puede.