Derivado de la amenaza de prohibir las corridas de toros en Puebla, en los últimos días la tauromaquia ha estado en los medios de comunicación. Pepe Saborit y Enrique Núñez, en un debate público en la Angelópolis, defendieron con inteligencia, argumentos y respeto no sólo a la fiesta brava, sino la libertad y la ecología. Pero, ¿quiénes estaban del otro lado? ¿Quiénes son los que manipulan a los políticos para intentar abolir las corridas de toros?
Como se ha demostrado en los distintos foros donde se discute sobre la tauromaquia, los taurinos respetamos a quienes no les gustan las corridas de toros, algunos incluso sentimos empatía por aquellos a los que las corridas les parecen un espectáculo grotesco. No así por los abolicionistas.
Es respetable que a alguien no le guste un espectáculo. En el caso de las corridas de toros puede ser que les desagrade porque les resultan crueles, incomprensibles, aburridas o incompatibles con sus gustos o sensibilidad, tienen todo el derecho a hacerlo y de contar con el respeto de los taurinos. Pero es muy distinto aquellos que pretenden prohibirlas, porque en ese caso están atentando contra la libertad de los aficionados y de quienes viven del toro bravo. Mientras no se demuestre que la tauromaquia es un espectáculo inmoral o dañino para la sociedad, los intentos de abolición son flagrantes atentados contra la libertad.
Desde los antiguos griegos la ética pretendía dar pauta para ejercer la libertad y vivir una buena vida, es decir, para ser feliz. En la filosofía occidental el hombre estaba en el centro. En la la sociedad actual hay una la confusión antropológica –ya no se sabe qué es el hombre, ni quiénes somos– por lo que algunos buscan nuevos modelos. Para la filosofía de Aristóteles, Santo Tomás de Aquino e Immanuel Kant el hombre era la medida de las cosas. Los abolicionistas necesitaban buscar un nuevo patrón de medición: el animal sensible.
Peter Singer parte de la argumentación ética del filósofo utilitarista Jeremy Bentham quien sostenía que no se puede privar de derechos a un semejante ni por la raza (p. ej. el color de la piel), ni tampoco por su capacidad de razonar o de comunicarse.
Otros filósofos como Steve F. Sapontzis, argumentan que los animales no-humanos tienen intereses y que son estos intereses lo que justifica la inclusión en la comunidad moral. Sapontzis propone dotar de la misma “protección moral” a los no-humanos que a los seres humanos.
El objetivo del animalismo es la abolición de la explotación animal. Ellos afirman que es equivalente a la abolición de la esclavitud. Si se deja de cosificar a los animales, entonces los humanos podrán reconocer que son seres sensibles y dignos de respeto moral.
Las explicaciones de los abolicionistas están llenas de contradicciones. Elisa Aaltola afirma que son tantos los conflictos de intereses entre especies que si se siguieran los argumentos a favor de los animales, no se podrían resolver los conflictos de intereses entre especies, lo cual es absurdo. Debido a este absurdo, los argumentos deben ser abandonados (Animal ethics and the argument from absurdity. Environmental Values, 2010, vol. 19, no 1, p. 79-98).
La ética animalista no se basa en deberes –como la cooperación– o en virtudes –como la solidaridad– que podrían regir los vínculos entre animales y personas. La “nueva ética” es una relación unidireccional entre el agente (el ser humano) y el paciente (el animal), una relación de cuidado (care) donde el animal es un ente pasivo. No hay una comunidad moral definida por la historia o por las prácticas sociales, es una moral basada en derechos subjetivos.
Lo característico del ser humano es poder inhibir o aplazar la satisfacción de los gustos para cumplir otros propósitos. Las personas son capaces de responder a intereses múltiples, muchas veces contrapuestos unos con otros. Los animales, en cambio, actúan por instinto, no tienen “intereses morales” y no se puede aplicar conceptos de justicia entre ellos. No se le podría pedir a un lobo que controle su apetito y que respete al cordero, como tampoco es cruel o malvado dicho lobo por devorar a su presa.
La ética utilitaria de animalistas como Singer o Sapontzis presentan teorías de la justicia sin instrumentos de medida para comparar, ni para imponer o sustraer placeres o penas, aún menos cuando se trata de las relaciones entre humanos y animales. La justicia se da únicamente al interior de una comunidad de iguales y los humanos no forman una comunidad con los animales, ni siquiera con los animales que tienen un sistema nervioso que les permita sentir.
Wittgenstein, filósofo estudioso del lenguaje, decía que aunque los leones pudieran hablar nuestra lengua, no les entenderíamos. El mundo de los animales, basado en necesidades e instintos, no puede construirse con conceptos éticos propios de los seres humanos que ejercen su libertad, es decir, que su vida está hecha de elecciones y renuncias voluntarias.
La ética es el reconocimiento de lo propiamente humano y no la animalidad del hombre. Pasa lo mismo con los derechos humanos, que deben ir acompaños de sus correspondientes “deberes”. ¿Cuáles son los deberes de los animales no-humanos tanto con los humanos como con otros animales? Por eso, como lo afirma Savater, para los griegos “los bárbaros eran, precisamente, quienes trataban a los hombres como si fueran animales, privándoles de sus derechos cívicos o maltratándoles de forma cruel: o sea los que no distinguían debidamente entre humanos y bestias” (Tauroética. Ediciones Turpial, 2011, p.30).
El problema con el utilitarismo de Jeremy Bentham viene desde la eliminación de la esclavitud en los EEUU. Los afroamericanos no lograron la emancipación gracias a que sus defensores buscaran darles un trato ético y humanamente digno, sino al argumento de que ni siquiera los animales deberían ser tratados como esclavos. El utilitarismo entonces olvidó que lo importante era la capacidad de elegir, la fuerza de voluntad que distingue a los humanos de los animales y se concentró en la “conciencia del dolor” y en el interés de rehuir dicho dolor. La ética animalista sustituye la voluntad (propia de los seres humanos) por la sensibilidad al dolor.
Ni el lobo, ni el león son crueles por seguir sus instintos vitales, ni lo es el hombre por atender sus necesidades y su forma de vida.
Singer y los animalistas pretenden acabar con el sufrimiento animal. Pero no toman en cuenta que la mayor parte de las bestias que jamás han tenido contacto con el hombre “sufren” más que la mayoría de los toros bravos a los que no les falta comida y son protegidos de parásitos y otras alimañas que pudieran provocar dolor y sufrimiento. Parecería que el único “sufrimiento animal” que debe ser abolido es el causado por el hombre. ¿Será que no son sufrimientos los que causa la naturaleza o los que se causan animales no-humanos entre sí? ¿O es que para Singer y los animalistas, el ser humano, como dice Savater en Tauroética, es “la excepción maligna en un sistema de intereses atroz y feroz?
¿Cuál sería el siguiente paso en esta utopía animalista? Liberar a los animales, animalizar al hombre … ¿Y luego qué?
Por otro lado, hay millones de especies de animales sensibles. ¿Qué significa decir “animal” en un contexto moral o jurídico, como lo hacen los animalistas? Nuestra relación no es con los animales no-humanos en su conjunto, las relacionamos son con especies particulares y los vínculos, incluso, son con algunas criaturas específicas. ¿Todos los animales sensibles son iguales? ¿Deben tener el mismo carácter moral el perro que es mascota de los niños, un león salvaje, que una manada de ratas urbanas, quizá portadoras de enfermedades? La idea de liberar a todos los animales sensibles en general, por igual, parece una sinrazón.