Una máscara de Blue Demon en un maniquí vestido de huehue es testigo de los más de 45 millones de pesos invertidos en la reapertura del Segundo Piso del Museo Nacional de Antropología e Historia. La curaduría de más de mil nuevas piezas, donde se valora a Tlaxcala y a otras civilizaciones como génesis cultural, acompañan el discurso inicial.
Entre salterios tlaxcaltecas y una camada originaria de San Simón Tlatlahuquitepec, Xaltocan, la presidenta de México, Claudia Sheinbaum, en compañía de las secretarias de Cultura federal y Estatal, Claudia Curiel de Icaza y Karen Villeda, respectivamente, enunciaron el orden lógico, la narrativa de las acciones, unas que desde el sexenio del presidente Andrés Manuel López Obrador busca visibilizar a las y los indígenas.
Artesanías elaboradas a base de semillas, sombreros de mimbre, ollas de peltre, comales de barro y más objetos reafirman el storytelling de reivindicar no solo a los indígenas muertos, los masacrados en el pasado que alimentan los mitos nacionales, sino también a las comunidades que, día a día, resisten los grandes problemas de gentrificación, pobreza, racismo y demás malestares de las imprecisamente llamadas “minorías raciales”.
La reinterpretación que nace a partir de pensamiento decolonial es una urgencia y, al mismo tiempo, una estrategia de marketing eficiente para posicionar no solo a las principales figuras, sino al discurso que las sostiene, que justifica sus decisiones. La una no excluye a la otra, es decir, su rentabilidad no demerita su importancia. Habría que considerar no solo el valor histórico y simbólico de las culturas indígenas, sino también reconocer su muy frecuente mercantilización mientras permanece el desprecio cotidiano.
Las mujeres indígenas son uno de los principales pilares del relato: a ellas debemos gran parte de nuestra gastronomía y arte, nuestras tradiciones y su preservación, la jerarquización y organización social, entre otras formas tangibles e intangibles. También está la inclusión de las “culturas vivas”, donde se muestran los rituales y fiestas que abundan a lo largo y ancho del territorio. Finalmente, destaca la mención de las comunidades afromexicanas que, en un nivel similar al de las mujeres y pueblos indígenas, han sido relegados en la historia oficial.
Pero en Tlaxcala, como en todo México, habita la multiculturalidad. Más que una exposición permanente, es una forma de vida que no cabe dentro de un museo. ¿Qué mejor manera de honrar nuestra pluralidad que atender sus urgencias más inmediatas?
La sociedad del espectáculo muestra el totemismo, la blanquitud arraigada tras siglos de aculturación. Esas imágenes, las piezas tras las vitrinas, desconocen las realidades que las sustentan. Hay que valorar a los indígenas, a los afromexicanos y a sus rituales, pero solo en ciertos espacios donde exista una línea divisoria que guarde la distancia entre “ellos” y “nosotros”.
La segregación no es culpa del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH). La visibilización y reconocimiento es un avance. Eso, al menos, se debe reconocer.