Les anuncio una gran alegría: Hoy nos ha nacido el Salvador.
Aquella noche, en la región de Belén, unos pastores se encontraban en el campo cuidando a sus rebaños. Hoy también, muchos hombres y mujeres nos encontramos en el campo del mundo, frecuentemente oscurecido por las tentaciones que nos invitan a adoptar una actitud relativista y a reducirnos a lo puramente biológico, estableciendo como prioridad casi exclusiva el cuidado exagerado del cuerpo y la salud física; a entregarnos por entero al impulso ciego de las sensaciones y pasiones; a preocuparnos y ocuparnos por tener dinero, como sea, para comprar lo que la moda impone; y a utilizar a los demás, desentendiéndonos de los que nos rodean.
Sin embargo, en medio de la noche, aquellos pastores se mantuvieron en vela, cuidando fielmente a sus rebaños para que no se extraviaran, como escribe san Beda. Su vigilancia era disponibilidad para dejarse iluminar, por eso pudieron reconocer y escuchar al mensajero de Dios, que les dijo: “Les anuncio una gran alegría: Hoy nos ha nacido el Salvador”. Si como aquellos pastores permanecemos disponibles a Dios, asumiendo nuestra responsabilidad frente a nuestro prójimo, entonces también podremos escuchar de la Iglesia, mensajera de Dios: “No teman. Les traigo una buena noticia, que causará gran alegría a todo el pueblo: hoy les ha nacido en la ciudad de David, un Salvador, que es el Mesías, el Señor”.
¡Contemplemos a ese Salvador, envuelto en pañales y recostado en un pesebre! Él es el Señor, porque es verdaderamente el Hijo de Dios, que siendo único no es solitario: es Padre, Hijo y Espíritu Santo; “un Dios tan grande que puede hacerse pequeño… para que podamos amarlo”, como ha recordado el Papa Benedicto XVI. En Cristo, verdadero Dios hecho verdaderamente hombre, se manifiesta la gracia divina para salvar a la humanidad; El quebranta el pesado yugo del pecado que oprime nuestra vida personal, familiar y social, y nos da su paz.