Para ponerle punto final a semejante angustia, Almeyda se decidió por su tridente ofensivo pero también por volver a la línea de cuatro defensores. Había que ganar. No cabía otro resultado para conseguir el ansiado ascenso. Entonces Ponzio dejó el lateral derecho y se ubicó en el mediocampo y César González, tras su desgarro, regresaba al equipo para aportarle más fútbol. Sin embargo, poco de lo que planificó el técnico de River se observó en los primeros minutos en el Monumental.

Porque la presión también jugó su papel, y a River le costó mucho hacer pie ante el ordenado Almirante Brown de Blas Giunta. Entonces el partido fue puro nervio. Con un Domínguez comprometido como conductor, pero sin ideas claras. River demoró 18 minutos en patear al arco. Fue con un derechazo sin convicción de Ponzio. Casi en simultáneo, llegó el gol de Quilmes y, cayeron las nerviosas de los hinchas locales.

Recién a los 26, los de Almeyda llegaron con real peligro. Fue por un desborde de González por la derecha y un posterior remate de Trezeguet -débil y sin fuerza- que Monasterio rechazó con angustia. El rebote le quedó al delantero, que volvió a rematar y otra vez el arquero. Pero la visita también avisó, en un tiro de esquina. Buen cabezazo de Ortiz que Vega despejó sobre su izquierda. No hubo mucho más en la primera parte.

Apenas un par de centros para Trezeguet, y la tranquildad que ofreció Almirante Brown, que jugó los últimos minutos con los nervios del local. Tras un flojo primer tiempo, los de Almeyda hicieron poco y nada para sumar esos tres puntos que lo depositan en la Primera División. River se fue a los vestuarios con una mochila pesada.

Y regresó con aires renovados. Porque entraron los juveniles Ocampos y Funes Mori por César González y Cavenaghi, respectivamente. El equipo ganó en frescura, y por primera vez en el partido, River armó una jugada colectiva que culminó con un disparo de Ponzio que Monasterio contuvo abajo.







A los 4, llegó el gol del desahogo. Largo pase para Trezeguet, que se la pasó de cabeza a Funes Mori. El Mellizo, en posición adelantada, se la devolvió al francoargentino, que clavó una volea cruzada para romper el cero. Un zurdazo impresionante para anotar su 13° gol en el certaman. 

El gol, sin dudas, le aportó tranquilidad al equipo de Almeyda. Hubo más circuito de juego, Trezeguet tuvo más participación y los pibes se liberaron. A los 12, Ocampos armó una jugadón por la izquierda pero definió al cuerpo de Monasterio. Luego, a los 17, triangularon Vella, Trezeguet y Ocampos, quien la tiró muy por arriba. Y a los 23 Monasterio le ahogó el grito de gol a Rogelio, tras un tiro de esquina.

Entonces llegaron los goles de Ferro ante Instituto, y el cambio de Aguirre por Domínguez -ovacionado cuando dejó la cancha. River jugó a aguantar, a que corriera el reloj. Lo pudo liquidar a los 38, cuando Trezeguet desperdició un penal (falta a Aguirre). Pero el delantero que llegó a River para lograr el ascenso tuvo su revancha. Cuando el partido se moría y los hinchas festejaban el campeonato, Trezeguet tocó de derecha tras una habilitación de Funes Mori y le puso fin a la pesadilla que duró 363 días.

Cuando Toia pitó el final, Almeyda explotó y descargó tanta angustia controlada. Porque su River fue campeón y llegó a Primera.