Hoy Jesús nos lanza una pregunta clara y directa: “¿Quién dice la gente que soy yo?”. La planteó un día a los discípulos que iban de camino con Él, y a los cristianos que avanzan por los caminos de nuestro tiempo. ¿Qué podríamos responderle?; “unos dicen que eres un profeta, otros que un gran filósofo, un ídolo que atrae a la gente, una energía capaz de iniciar unas nueva era, o un hacedor de milagros a quien solo acuden cuando “el agua les llega al cuello”. “Y ustedes, ¿Quién dicen que soy yo?”. “Esta pregunta no admite una respuesta “neutral” –afirmaba el Papa Juan Pablo II-. Exige una opción… y compromete a todos… la pregunta procedente del corazón de Jesús debe tocar nuestro corazón”.
“¿Quién soy yo para ti? ¿Qué represento en tu vida? ¿Me conoces de verdad? ¿Me amas?” nos interroga a cada uno. Si unidos a su Cuerpo, las Iglesia, guiados por el sucesor de Pedro, nos dejamos iluminar por el Espíritu Santo que Dios nos ha dado, podremos responderle, con y como Pedro: “Eres el Mesías de Dios, a quien el Padre, creador de todas las cosas ha enviado al mundo con la fuerza del Amor, para que, naciendo de la Virgen María, con tu vida, pasión, muerte y resurrección, y comunicándonos al Espíritu Santo, nos librarás del pecado, y uniéndonos a tu Cuerpo, la Iglesia, nos hicieras hijos de Dios, participes de su vida plena y eternamente feliz”.
Creerlo significa confesar que Dios no “queda fuera del mundo y del tiempo humano”, sino que es un Dios que entra “en la historia como Hombre”, señalaba el Papa Benedicto XVI. Él es “presencia de lo eterno en este mundo. En su vida, en la entrega sin reservas de su ser… se hace presente el sentido del mundo, se nos brinda como amor que también me ama a mí, y que hace que valga la pena vivir”. Por eso, la fe es una opción que viene de escucharle. Y quien le escucha, comprende que “Cristo no se llamó a sí mismo costumbre sino verdad” como advierte Tertuliano. Verdad que implica una actitud ante la realidad; un viraje total para seguir a quien sostiene y posibilita todo, y que es capaz de hacernos plenamente felices por siempre.
“Si alguno quiere acompañarme… que me siga”
“Toda mi vida bendeciré… y mis labios te alabaran jubilosos. Porque fuiste mi auxilio, y a la sombra de tus alas canto con júbilo; mi alma está unida a ti”. Creer en el Señor introduce nuestro ser en la dinámica de su amor. Por eso, deseando comunicarnos su dicha sin fin, Jesús nos dice: “si alguno quiere acompañarme –por el camino de una vida plena esta tierra y eterna en el Cielo –tome su Cruz de cada día- amando hasta el extremo, a pesar de las dificultades- y que me siga…” Porque el que vive solo para sí mismo usando a los demás, perderá el sentido de la vida, arriesgándose a no alcanzar la eterna.
Jesús nos enseña el camino de la vida: “la humildad en la conducta, la firmeza en la fe, el respeto en las palabras, la rectitud en las acciones, la misericordia en las obras”, como decía san Cipriano. Así lo entendió un hombre inteligente, simpático, excelente esposo, padre ejemplar, profesionista honesto, servidor público justo y ciudadano modelo: Santo Tomas Moro, “patrono de los gobernantes y de los políticos”. El, que fuera canciller del Reino, no dudo en renunciar a su cargo cuando el Rey decidió traicionar la verdad y erigirse “cabeza de la iglesia de Inglaterra”. Disgustado Enrique VIII lo hizo encarcelar, y luego lo mandó decapitar.
Sin embargo, poco antes de morir, Moro fue capaz de consolar a su hija Margarita, con una carta llena de fe en la que decía: “Ten… buen ánimo, hija mía…; Nada puede pasarme que Dios no quiera…, y todo lo que el quiere por muy malo que nos parezca, es en realidad lo mejor”. Santo Tomás siguió a Jesús, sin echarse para atrás ante el sufrimiento. Por eso ahora goza de Él por siempre. Este gran hombre nos enseña que “solo escuchando la llamada de la verdad, se puede actuar con libertad”. Que su testimonio sea una luz para todos, de modo que, reconociendo a Jesús como Dios hecho Hombre para nuestra salvación, seamos capaces de seguirle y testimoniarle con fidelidad por el camino del amor, hasta la dicha eterna.
Creer en el Señor introduce nuestro ser en la dinámica de su amor. Por eso, deseando comunicarnos su dicha sin fin, Jesús nos dice: “si alguno quiere acompañarme –por el camino de una vida plena esta tierra y eterna en el Cielo –tome su Cruz de cada día- amando hasta el extremo, a pesar de las dificultades- y que me siga…” Porque el que vive solo para sí mismo usando a los demás, perderá el sentido de la vida, arriesgándose a no alcanzar la eterno.
Él es “presencia de lo eterno en este mundo. En su vida, en la entrega sin reservas de su ser… se hace presente el sentido del mundo, se nos brinda como amor que también me ama a mí, y que hace que valga la pena vivir”.