El Adviento es el comienzo del Año Litúrgico, empieza el domingo siguiente a la solemnidad de Cristo Rey, y termina el 24 de diciembre. Son los cuatro domingos anteriores a la Navidad y forma una unidad con esta y la Epifanía.

Al respecto, el término Adviento viene del latín adventus, que significa venida, llegada. El color usado en la liturgia de la Iglesia durante este tiempo es el morado, que representa la preparación.

El sentido del Adviento es avivar en los creyentes la espera del Señor. Así nos invitan las lecturas bíblicas de la liturgia de estos días, tomadas, sobre todo, del profeta Isaías (primera lectura). También se recogen los pasajes más proféticos del Antiguo Testamento señalando la llegada del Mesías. De manera que podamos estar atentos para preparar nuestro encuentro con el Señor.

Es un tiempo que nos invita a cultivar la virtud de la esperanza, virtud que enciende en nosotros la alegría por la llegada del Señor que viene a salvarnos, recordando las palabras del apóstol San Pablo: “En esperanza fuimos salvados” (Rm. 8, 24).

Es necesario avivar esta virtud en nuestros días, cuando parece que la vida es rutinaria o, incluso, carece de sentido. Pero, ¿cómo incrementar esta virtud? El Papa Benedicto XVI en su maravillosa carta Spe Salvi, nos dice el secreto: 

“Un lugar primero y esencial de aprendizaje de la esperanza es la oración. Cuando ya nadie me escucha, Dios todavía me escucha. Cuando ya no puedo hablar con ninguno, ni invocar a nadie, siempre puedo hablar con Dios. Si ya no hay nadie que pueda ayudarme –cuando se trata de una necesidad o de una expectativa que supera la capacidad humana de esperar–, Él puede ayudarme1 . Si me veo relegado a la extrema soledad...; el que reza nunca está totalmente solo2”. 

De manera que la oración es capaz de iluminar mente y corazón para hacer posible que nuestra realidad comience a transformarse, para llenar el corazón de la presencia de Dios que acompaña, que fortalece, que alegra la vida del ser humano.

Vivamos, pues, este tiempo de esperanza y que el Señor nos muestre a todos su bondad para que podamos ser siempre reflejo de su amor.

 

Catecismo de la Iglesia Católica, No. 2657.

Carta Encíclica Spe Salvi. Del Sumo Pontífice Benedicto XVI, No. 32