Con toda la Iglesia nos alegramos de celebrar el día del Señor, ya que nos convoca como su familia, para alimentarnos con su Palabra y su Eucaristía. Y seguir viviendo con la certeza que es nuestro compañero de camino, en nuestro peregrinar diario.
Durante estos domingos de la primera parte del tiempo ordinario de nuestro ciclo litúrgico, el evangelista San Marcos nos ha acompañado, y en el que hemos contemplado a Jesús en el inicio de su ministerio, anunciado el reino, curando a muchos enfermos y endemoniados, el evangelista tiene la intención que descubramos quién es Jesús.
Lo importante es el mensaje que quieren trasmitirnos y que seamos capaces de traducirlo a nuestro lenguaje, siempre relativo, de manera que lo podamos entender hoy, que lo podamos llevar a la práctica y hacerlo vida.
Y para ello es imprescindible que nos coloquemos en el ambiente de aquella época y conozcamos las características de aquella cultura.
El Evangelio de este domingo, está en conexión con el anterior, donde se resalta la figura de Jesús hablando como quien tiene autoridad, hoy se nos presentan tres escenas distintas: primero la narración del milagro de la curación de la suegra de Pedro, que seguido de este hecho se pone a servirles.
La segunda, un sumario de la actividad de Jesús como sanador, donde se ha dado a conocer su poder extraordinario y, la tercera, contiene una pequeña controversia entre Jesús y Pedro sobre lo que había que hacer a continuación, porque no había sido bien comprendido que era necesario orar y debía ir a predicar el Evangelio a otros lugares.
La paz y tranquilidad
La mayoría de los seres humanos tenemos la tendencia al aparcamiento y a la seguridad. Aparcamiento de cosas y personas, la seguridad que nos dé paz y tranquilidad. Es lo que expresan Simón y sus compañeros cuando finalmente encuentran a Jesús, que se ha quedado rezando desde la madrugada en un lugar solitario.
“Todos te andan buscando”, le dicen, pero en el fondo este “todos” se reduce a la gente de Cafarnaúm. Aparcamiento y seguridad.
En cambio, la perspectiva de Jesús es muy amplia. Abrirse a un nuevo espacio, toda Galilea, es una insistencia en la apertura de los tiempos mesiánicos, no ligados a un lugar, a unas personas y a un tiempo, sino con una apertura que hace que la proclamación comporte el compromiso de salir.
Las acciones y las palabras de Jesús no tienen los límites de una población, una sinagoga, una casa, sino que se abren a un alcance mucho más amplio; cada población de Galilea, cada sinagoga y cada asa en la que sea preciso hacerse presente para expulsar a los demonios.
Sin límites ni espacio
La misión cristiana no sabe de fronteras ni se limita al espacio intraeclesial. Por ejemplo la Sagrada Eucaristía se tiene que llevar a la vida concreta de cada uno, cuando somos bendecidos y despedidos de la celebración.
“Pueden ir en paz”, lo que antiguamente decía el celebrante en latín Ite, missa est, era la invitación a la misión en la vida cotidiana, por ahí es donde cada discípulo de Cristo debe hacer vida y experiencia de lo que se ha descubierto, vivido, alimentado, experimentado en la celebración de la comunidad cristiana.
Es hacer vida y compartir la cercanía de Jesús para con nosotros, porque sí, se acerca nosotros y nos muestra su amor y misericordia, como lo hizo con la suegra de Pedro y los demás enfermos que le acercaban.
Así está siempre Jesús en medio de los suyos: como una mano tendida que nos levanta, como un amigo cercano que nos infunde vida. Jesús solo sabe de servir, no de ser servido. Por eso la mujer curada por él se pone a servir a todos. Lo ha aprendido de Jesús. Sus seguidores hemos de vivir acogiéndonos y cuidándonos unos a otros.
Por eso, este es el camino de la misión de la comunidad cristiana, ya que participa de la de Cristo. En la intercesión cristiana, el que ora busca “no su propio interés sino el de los demás” (Flp. 2,4).
Nosotros, a quienes Cristo se ha acercado por intercesión de la Iglesia y no ha sanado, debemos levantarnos de la esclavitud del pecado, para vivir en la libertad de los hijos de Dios, sirviendo a los que nos rodean.
Porque la Iglesia solo atrae de verdad cuando la gente que sufre puede descubrir dentro de ella a Jesús curando la vida y aliviando el sufrimiento. A la puerta de nuestras comunidades hay mucha gente sufriendo. No lo olvidemos.
Israel Pérez López