Las tres lecturas del V Domingo de Pascua, más el salmo, coinciden en su mensaje: el asombro por la expansión del Reino de Dios, misión propia de la Comunidad Cristiana que realmente lo es. La experiencia Pascual es un acontecimiento histórico concreto que traspasa, como las ondas expansivas del agua o de la luz, el tiempo y el espacio. Y la energía que lo mueve todo es la novedad absoluta que supone la muerte y resurrección de Jesucristo. No es una entelequia, es una Nueva Creación, una nueva realidad que ha de construirse. Obsérvese que el amor es el punto de inflexión de esta gran novedad y la energía que la dinamiza. Cuidado con el texto evangélico ese “como yo os he amado” no es una mera relación de comparación, sino un imperativo, un referente sin el cual la vida cristiana y la misión evangelizadora no tienen alma ni eficacia.
El Proyecto del Reino de Dios, inaugurado por Jesús con su encarnación, muerte y resurrección, provoca un movimiento expansivo, como las ondas que provoca una gota de agua en un estanque. La noticia de que Jesús está vivo es una provocación constante para los que quieren encerrar la fe en una serie de conceptos, más o menos elaborados, pero sin ninguna base real. Ya decía el Maestro Eckhart que tener una idea de Dios no es conocer a Dios. Santa Catalina de Siena y Santa Teresa de Jesús insisten en que sólo por el encuentro con Jesús, vivo y resucitado, es posible encontrar verdaderamente al hombre (humanidad) y a Dios (deidad). El asombro de la Comunidad Cristiana consiste en que cuando se sigue de verdad a Jesucristo y se le anuncia sin miedo, con obras y con palabras, ocurre lo inesperado: ese Reino se expande y da frutos inmediatos.
La Pascua inaugura una nueva creación, un nuevo modelo de relaciones, un nuevo modo de ser… unos cielos nuevos y una tierra nueva: ser en Dios porque Dios es en nosotros. La ternura y delicadeza de este acontecimiento supera lo imaginable. Pero es real y es posible, nada de utopías ideológicas. La gloria de Jesús, el mejor signo de su vida y el mejor eco de su Verdad es que sus discípulos se amen los unos a los otros, tomando como referencia el amor con que Jesús ama a los que le pertenecen. La Comunidad Cristiana, la Iglesia en todas sus manifestaciones locales, no tiene más instrumentos para su vida y misión, que el ser discípulo de Jesús, aprendiendo, y haciéndolo, a amar como El ama.
El imperativo evangélico de la Iglesia: Amarnos como Jesús nos ama, para que el mundo crea en El y sepa que somos sus discípulos.
P. Juan José Llamedo González, OP