Enrique Peña Nieto, candidato del PRI que busca regresar a los Pinos,  convenció a los suyos,  y los suyos no chistaron en blindar su presencia en Puebla con un velo de entusiasmo

Entre ritmos de percusiones -cuasi-tribales- y música pop apareció el candidato del expartidazo en el auditorio Siglo XXI.

Arropado por los jóvenes en el Auditorio Siglo XXI, diversas siglas y moda priista, el candidato del PRI, Enrique Peña Nieto, sonrió, posó para las cámaras, se detuvo unos momentos en el pasillo del auditorio para saludar con la mano levantada a los jóvenes del piso superior en el auditorio.

Los flashes se dispararon. Desde los gadgets sus seguidores lo protegieron. Algunas porras se escucharon en el auditorio mientras retumbaba una música pegajosa que por fuerte resultaba incomprensible. El candidato priista se dio su baño de jóvenes saludando a algunos jóvenes.

No hubo presidium en el escenario.

El candidato priista convocó a los jóvenes "Quiero que me adopten como su candidato, el candidato de los jóvenes".

El orador, Miguel Ángel González Romero evitó el facilismo del elogio y la adulación; su discuso osciló entre los riesgos de la oratoria didáctica con citas de guiño socialdemócrata pero en varias ocasiones naufragó su discurso en la vaguedad de las promesas etéreas. Pero ciertamente resaltó el problema de la inequidad social, los excesos del capitalismo y quien sabe sin con un aire de desideologización o con la dinámica del hibridismo simplemente citó que ser joven y no ser revolucionario es una contradicción ideológica.

El discurso de González fue anticlimático, lo cual, ante la música tribal, lo irreconciliable de la emoción sobre el argumento, el orador planteó algunas ideas distinguidas.

El segundo orador fue el esperado, Enrique Peña Nieto.

En el escenario un grupo de jóvenes de distintas clases sociales y vestidos con indumentaria del folclorismo indígena escuchaban al candidato del PRI como si el escenario reviviera alguno de esos magnos actos del López-Portillismo vintage.

En un segundo plano, en las butacas de la primera fila, lo escuchaban azorados los candidatos del PRI, así como miembros del priismo poblano.

En varias ocasiones, el candidato del tricolor fue interrumpido por las ovaciones de sus seguidores. Esporádicos gritos muy sectorizados en el auditorio le lanzaron al candidato, algunas banderas se ondearon: un difícil equilibrio entre el entusiasmo genuino y el aplauso compensado por la dádiva.

A diferencia de otros candidatos a la presidencia de la república que han visitado universidades, en esta ocasión, el candidato presidencial no sostuvo un diálogo con los jóvenes, simplemente escuchó al primer orador, los saludó desde la gestualidad escénica del auditorio y le sonrió con un profesionalismo postnacionalista a las cámaras.

Cuando los reporteros quisieron entrevistarlo, simplemente la avalancha de su séquito y la capacidad de sus guaruras para apartar a las reporteras y a los reporteros, le permitió emitir una oración críptica en 10 segundos.

El debate, el diálogo y la interpelación de los jóvenes ni siquiera existió en el programa. Apenas, el candidato priista firmó sus compromisos de campaña  y se tomó la última foto con los jóvenes, a la par que los jóvenes abandonaron el lugar, sólo en los primeros lugares los priistas aguardaban con una devoción casi confesional a su candidato.

 Esa vieja bufalada que siempre se recicla para darle prestigio al pasado del PRI del siglo pasado con su look peñanietista.