Vestía un traje sastre azul, que cierto conservo por mera melancolía.
Era 1998 y los tiempos electorales estaban encima.
Manuel Bartlett ejercía sus últimos meses como mandatario y se sentía decepcionado al no lograr la designación de su sucesor, José Luis Flores, pues Melquiades Morales Flores ganó la elección interna del PRI y se convertiría, según decían las encuestas, en el gobernador de Puebla.
Esas fueron las primeras palabras que escuche en la puerta de la redacción que parecía estar poseída por la prisa, y yo por los nervios de no entender una palabra de lo que ahí hablaban.
Hace 13 años llegué a Puebla. Con una mano adelante, acento norteño y muchas ganas de hacer periodismo; me presente con el entonces director de noticias de Tele Cable de Puebla, Fernando Alberto Crisanto, a quien por cierto le manifiesto mi cariño y admiración, pero sobre todo mi profundo agradecimiento.
Mi primera encomienda fue cubrir una exposición de pintura en el Centro Mexicano Libanés para el canal 4. Un artista francés con un estilo abstracto y una cola de caballo explicaba a un hombre de anteojos el propósito de la obra. Quienes nos jactamos de ser reporteros entendemos con el paso del tiempo por qué nos inician en el ejercicio periodístico con experimentos en la fuente cultural, que en la mayoría de los casos mal logramos, pues me queda claro que para cubrir la fuente cultural (como se debe, claro) se necesita mucha, pero mucha sensibilidad.
“Puedes, o mejor te dedicas a vender tamales en el zócalo”, solía decirme Alejandro Mondragón, entonces jefe de Información quien no sólo se convirtió en mi maestro, sino en mi gran y mejor amigo y cómplice, quien de antemano sabe la admiración profesional que le profeso.
A lo largo de estos 13 años muchas personas han llegado para quedarse, unas solo por periodos y algunas otras, estoy segura, para siempre; sin embargo no deseo dejar pasar esta fecha tan relevante en mi vida y carrera sin agradecer a aquellos que en mis inicios fueron mi empuje y no permitieron que claudicara en esta hermosa pero a veces dura profesión.
A Mario Alberto Mejía con quien compartía anécdotas vespertinas y computadora.
A Irma Sánchez, quien me adoptó como si fuera de su sangre.
A mi gran amiga Rosario Carmona por su paciencia, cuando todos parecían tener prisa.
A José Carlos Bernal “Cheche”, por los domingos de futbol, PAN y arzobispo que compartimos en redacción.
A Pato y Manuel por sus intenciones de hacerme reportera deportiva y escuchar conmigo al grupo Intocable cuando nadie lo conocía.
A Cirilo Ramos, con quien desde entonces comparto tiempos y espacios y dudo que se libere pronto de mí.
Y por supuesto, a Enrique Núñez, mi jefe y amigo, por su eterno apoyo y con quien llevo recorriendo este áspero camino los últimos 5 años de mi carrera.
A todos ellos gracias pues sin su tiempo, consejo y experiencia jamás habría llegado hasta aquí.