El mal chiste contado por el comediante “Platanito”, en el que hace referencia a la tragedia que se vivió en la guardería ABC de Hermosillo, Sonora y en la que murieron 49 niños, no es más que la consecuencia de nosotros mismos como sociedad.
Como mexicanos nos hemos acostumbrado a tolerar no sólo las condiciones deplorables en las que nos encontramos como país y a nuestros gobernantes, sino que no conformes hacemos burla de todo. Esto no justifica el enorme error cometido por el comediante, pero debe obligarnos a hacer una pausa y analizarnos.
Los mexicanos hemos generado una televisión vulgar, mal educada, sin principios ni fundamentos en su programación que transmite espacios de expresión sin control a través de canales por cable que proliferan en el país. Y digo “hemos generado” porque la “caja inteligente” es el espejo de la sociedad.
Sin ser mojigatos ni persignados, la realidad es que lo que vemos en la televisión es lo que somos, o lo que es peor, lo que en ocasiones añoramos ser con modelos que distorsionan la realidad en beneficio del propio Estado mexicano, así como de las empresas que producen los contenidos de la programación.
El hecho de que el cómico haya contado un mal chiste es sólo eso, un mal momento captado por una cámara y que fue difundido a través de las ya famosas redes sociales. Sin embargo, ¿por qué no atacamos la raíz del verdadero problema? En este caso fue, en su momento, la corrupción de las autoridades federales, quienes exoneraron a la cuñada del propio presidente de la República, Felipe Calderón.
¿Por qué no levantamos la voz ante la falta de responsables de la muerte de 49 menores en un incendio provocado por la negligencia de la autoridad municipal y estatal e incluso del propio gobierno federal a través del Instituto Mexicano del Seguro Social?
Me pregunto si crucificar al comediante devolverá la vida de los menores a sus padres, o si rehabilitará el sistema judicial en México.
Por favor, señores, no nos desgarremos las vestiduras en algo que, insisto, no tiene justificación, pero cuya raíz está más allá de indignaciones moralinas que no nos llevan a nada.