Toda democracia, o al menos todo sistema que presuma ser tal, parte de un principio esencial: la incertidumbre, ex ante, del resultado de la elección. La piedra filosofal de esta singular forma de gobierno —que a veces pareciera acarrear más complicaciones que soluciones— consiste, precisamente, en “una indeterminación radical” —en palabras de Claude Lefort— que, en la medida de su permanencia y propia subsistencia se vuelca en una “institucionalización” de la fortuna y de todo lo inesperado en torno al proceso político —parafraseando a Adam Przeworski—. Esa y ninguna otra es la singularidad de un arreglo de tipo democrático.
El tema de las elecciones internas en los partidos, es decir, de los mecanismos de competencia, equidad y transparencia entre fracciones, y en lo profundo de una estructura de origen autoritario exhibe, entre otras cosas, una crisis de legitimidad del sistema de partidos y de los ordenamientos representativos. En ese contexto, pensar que una contienda y el resultado que arroje, podrá decidir sobre “el censo”, sobre la cúpula partidista, me parece un acto de completa ingenuidad porque, a fin de cuentas, en este tipo de pugnas internas un votante antes que nada es un militante, no existe un principio horizontal donde “una cabeza sea igual a un voto”, sino uno vertical entre coaliciones de intereses —casi facciosas— puestas y contrapuestas.
La línea de todo mi argumento pretende una cosa muy simple: el descrédito de las encuestas. Si en condiciones normales un ejercicio estadístico de esta naturaleza supone una “simple radiografía de un momento contingente en el tiempo”; en condiciones restrictivas, como una contienda interna, la intención del sufragio se vuelve mucho más volátil, mucho más coyuntural y difícil de proyectar en una simple gráfica por las limitantes espaciales y tendenciales que esta técnica supone.
Por todos es conocido que la precandidata a la Presidencia de la República del Partido Acción Nacional, Josefina Vázquez Mota, mantiene desde el “inicio formal de la contienda interna” una ventaja superior a los 20 puntos —según la casa encuestadora de nuestra preferencia—. Insisto, se trata de una contienda sui generis y, aunque ciertamente es poco probable que Felipe Calderón se saque a último minuto “un Cordero del sombrero”, también es cierto que nuestro presidente es un panista obcecado e impredecible. La “guerra sucia” está en marcha, la presunta compra de votos a favor de Cordero ha circulado por la prensa local y nacional; en fin, el panorama no resulta ser muy democrático y, por el contrario, sí muy fértil para una imposición disimulada o, por lo menos, para una segunda vuelta —muy poco probable— prevista por los propios estatutos para el 19 de febrero próximo en caso de que ninguno de los tres obtenga 50 por ciento más uno, o al menos 37 por ciento de la votación total emitida.
No especulemos, peligro continuo de todo aquel que pretende analizar lo que aún no ha sucedido, esperemos al tiempo y que, pese al pronóstico y “la diversidad de la materia” —como decía Maquiavelo—, Acción Nacional nos sorprenda con una justa democrática, libre, equitativa y transparente. ¡Que así sea!
Cordero en el sombrero
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