Eduardo Rivera Pérez cumplió un año al frente de la administración del municipio de Puebla y su calificación como cabeza de la comuna se puede decir que es buena.
Rivera Pérez encabeza la primera administración municipal netamente panista. Antes, Puebla experimentó dos administraciones emanadas de este partido, pero al frente estuvieron personajes más bien ajenos a este instituto político como Gabriel Hinojosa Rivero y el tristemente célebre Luis Paredes Moctezuma, con muy malos resultados, tan es así que inmediatamente a estas gestiones el PRI recuperó la alcaldía.
Rivera tuvo que sortear en sus primeros meses toda serie de adversidades, e incluso así cumplió al pie de la letra con su principal compromiso: pavimentar mil calles en un año.
No ha sido un ejercicio de gobierno fácil para Eduardo Rivera, no obstante las cosas comenzaron a cambiar a partir del segundo semestre del año pasado, cuando decidió dar un viraje y abrirse completamente haciendo los ajustes necesarios dentro de su administración para encontrar la eficiencia.
Cierto, su administración no se caracteriza por las grandes obras, esas las hace el gobernador del estado. Prudentemente Rivera se replegó a las colonias populares y a las juntas auxiliares de Puebla, las cuales tradicionalmente fueron abandonadas por sus antecesores panistas que enfocaban su trabajo en el zócalo de la ciudad.
En materia de servicios públicos la ciudad se encuentra bien atendida, un 7.5 tal vez sería una calificación promedio, ya que el bacheo y sobre todo la inseguridad son los puntos finos a mejorar para 2012.
Políticamente Rivera Pérez ha demostrado una habilidad que poco se le conocía: hoy tiene la gobernabilidad de su cabildo, lo cual le costó mucho trabajo, también mantiene una relación de respeto con el Ejecutivo del estado; es decir, el alcalde ha sabido anteponer sus intereses personales y de grupo por los de la ciudad.
Rivera llega a 2012 en una mejor posición política de cómo arrancó su administración el año pasado. El triunfo de su amiga, la candidata del PAN a la Presidencia de la República, Josefina Vázquez Mota, le dio una bocanada de aire fresco a su administración, la cual entra a un nuevo año con posibilidades de consolidar un proyecto que en lo personal le puede redituar a Rivera mejores posiciones más adelante. Antes, tiene como reto salir bien librado en 2012 ayudar a su amiga y a su partido —en la medida de sus circunstancias— a refrendar el poder el próximo 2 de julio y a consolidar que por primera vez en la historia de Puebla, Acción Nacional repita como gobierno en Puebla capital. Lo demás vendrá después.

Beltrones se apodera del PRI
Hace algunos días un entrañable amigo y casi maestro en política me explicaba cómo se comenzaba a asemejar mucho la fallida campaña de Francisco Labastida Ochoa con la del hoy candidato del PRI a la Presidencia de la República, Enrique Peña Nieto. Labastida también arrancó con 20 puntos de ventaja sobre Vicente Fox en la contienda constitucional y perdió.
Está demás decir que este amigo estuvo presente y vivió desde dentro la campaña del sinaloense, quien perdió por primera vez para el PRI la presidencia en el año 2000.
Este amigo le achacaba una muy buena parte de la derrota electoral de Labastida a un personaje en especial: a Manlio Fabio Beltrones, quien secuestró al candidato a la Presidencia, lo alejó de Elba Esther Gordillo, lo envolvió junto con Emilio Gamboa Patrón y lo llevó a la derrota.
Hoy, paradójicamente, la situación es la misma que en ese año. 12 años después el PRI y su candidato Enrique Peña Nieto cayeron en la misma trampa. El coordinador general de la campaña del mexiquense, Luis Videgaray, ha demostrado que está “verde”, pero muy “verde” para tener una responsabilidad de ese tamaño y ha sido rebasado por esto dos astutos personajes.
Puebla es el vivo ejemplo de cómo el grupo de “don Beltrone” desplazó a todos los demás. El melquiadismo vuelve a ser la fuerza hegemónica en el estado, pese a su documentada traición en el proceso local de 2010. “Don Beltrone” y su grupo están de vuelta. Pobre Peña, pobre PRI, pobre Blanca Alcalá al ponerse en manos de quienes serán los primeros en saltar de la nave, si es que el barco peñista —como todo parece indicar— comienza a hundirse.