En general, la política es definida como el arte del engaño, el distraer al enemigo, el lanzar anzuelos, fintar, hacer un juego de sombras y sorprender al enemigo en el campo de batalla con movimientos rápidos y certeros.
En el antiguo régimen del PRI y sus sucesiones presidenciales prevaleció siempre la figura del “tapado”, ese personaje que era guardado sigilosamente por el dueño del poder y “blindado” para que no fuera pieza de las intrigas palaciegas y muriera en el camino. “El que se mueve no sale en la foto”, es la vieja frase acuñada por el extinto y sempiterno líder sindical de la CTM, Fidel Velázquez, cuya central obrera se acostumbró a realizar los destapes presidenciales como parte de un rito.
Esta vieja práctica comenzó a ser ignorada por los gobernadores, sobre todo una vez que el viejo régimen cayó en desgracia en el año 2000 y fue sustituido por el PAN en el poder federal. Los “tapados” dejaron de ser tapados y surgieron las figuras de los “delfines”, los príncipes señalados por el dedo del todopoderoso gobernador y que estaban sentenciados de antemano a heredar el poder y convertirse en sucesores. Pero esta lógica al parecer no ha prevalecido en Puebla, desde hace mucho. No ha existido en la historia moderna de la entidad un gobernador que logre poner a su sucesor, ni Jiménez Morales, ni Mariano Piña Olaya, ni Manuel Bartlett Díaz, ni Melquiades Morales Flores, mucho menos Mario Marín Torres, pudieron hacerlo.
Todo esto viene a colación por el proceso de sucesión gubernamental que el propio gobernador Rafael Moreno Valle Rosas puso en marcha con la reforma electoral que aprobó la pasada legislatura el año pasado. Al crear por única vez en la historia de Puebla presidencias municipales de 4 años y 8 meses, será en la elección del próximo año en donde esté en juego la sucesión morenovallista y, por supuesto, el proyecto político nacional del personaje que gobierna la entidad.
Esto nos lleva a la pregunta: ¿Moreno Valle nos engaña con la verdad? ¿Es Fernando Manzanilla Prieto su verdadero sucesor?
Muchos se apresuran a responder que sí. Que los otros tres personajes que han salido a la palestra sólo hacen el papel de sparrings para quitarles los golpes al verdadero ungido, al ya señalado por el dedo divino. Muchos son los factores que obran a favor de Manzanilla, su cercanía, su amistad, su relación familiar con el gobernador del estado, lo negocios, las complicidades, etcétera.
Todo pareciera ir de acuerdo a un guión muy establecido y llevado cuidadosamente, no obstante a últimas fechas también he escuchado voces —y alguna vez ya lo platiqué— que aseguran que no será así y que en su pragmatismo, que es inmenso, el gobernador Moreno Valle al igual que lo hizo, por ejemplo, Enrique Peña Nieto en el Estado de México, está dispuesto a sacrificar a su amigo más cercano si es que éste no le garantiza la victoria.
A Manzanilla le urge posicionamiento, es un hombre bien visto, se ha mostrado como la mano blanda del gobernador, ha estado dispuesto a escuchar a todos, a construir, pero ¿y si no le alcanza? Aparentemente son más sus debilidades que sus fortalezas; lo suyo, lo suyo es estar detrás y no adelante, es excelente operador detrás de la figura de Moreno Valle, como siempre lo ha hecho durante su carrera; nadie escatima sus méritos, es un hombre brillante y sus estudios en el ITAM y Harvard así lo reafirman, pero ¿está a la altura? ¿Será un buen candidato? ¿Sacrificará el ajedrecista a su mejor pieza con tal de ganar la partida? ¿La construcción de la gran alianza les alcanzará para repetir la hazaña del 2010? ¿Mi reino por un caballo?
Esas y otras interrogantes deberán resolverse en los próximos días, en tanto la partida continúa.
Torre come peón.
El arte del engaño
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