No cabe duda que cada quien vive su propio infierno, y es que mientras la mañana de este martes en un viaje relámpago a la ciudad de México fui víctima de las arbitrarias manifestaciones de los maestros integrantes de la CNTE. Arbitrarias, porque sostengo que la libertad del ser humano termina en dónde inicia la de otro.
Secuestrar las terminales 1 y 2 del Aeropuerto Internacional Benito Juárez y las avenidas principales de acceso por poco más de tres horas no es más que un acto de violación de derechos. Además del caos vehicular, embotellamientos y consecuencias secundarias (llegadas tarde al trabajo, por ejemplo), ¿se imagina usted a la cantidad de personas que sin deberla ni temerla perdieron sendos vuelos? Simplemente no tienen madre.
Pero mientras las mentadas de madre pasaban por mi mente y alguna que otra por mi voz, me puse a analizar sobre la inquietante inestabilidad que viven los chilangos. Diariamente se levantan una hora más temprano de lo acostumbrado pues, como ya es parte de su vida, quizá alguna de las estaciones del metro que utilizan o unidad de transporte público puede estar fuera de servicio gracias a los “maestros”.
Sí, efectivamente, no hay cielo sin infierno. Es una palpable realidad que la ciudad más grande del país parece el paraíso en muchas cosas. Deportes, comercio, espectáculo, desarrollo, seguridad, entre muchas otras. Sin embargo, no imagino a ninguno de nosotros, los poblanos, organizando el día con base en una o varias manifestaciones.
Es ante estas circunstancias tan lamentables que prefiero, sí, señores, prefiero esquivar baches, ladrones de transeúntes, tráfico que “desquicia”, semáforos descompuestos, trabajos de poda de árboles y hasta los vendedores ambulantes en cada uno de los semáforos de la ciudad. Nosotros, con todo y todo, seguimos viviendo como cualquier chilango desearía.
A partir de hoy, prometo no quejarme tanto.