Instalados en la cúspide del intelecto exquisito de clase mundial, organizadores y conferencistas de la llamada Ciudad de las Ideas, que cada año aterriza en Puebla, dejaron pasar la oportunidad, por lo menos hasta la tarde del jueves 6, de tener una auténtica utilidad para la humanidad.
Negocio personal de Andrés Roemmer, el cónsul del Gobierno de la República en la ciudad norteamericana de San Francisco y empleado del magnate Ricardo Salinas Pliego, ratificó que lo suyo es el pecunio, el nego pues. 
No hubo una sola mención del caso que ha horrorizado al mundo entero: la desaparición de los 43 estudiantes de la Escuela Normal Rural “Manuel Isidro Burgos”, en Guerrero, la secuela de terror y el destino funesto que ese conjunto de personas pudo haber tenido.
Habrá quien diga que la mención del espinoso asunto de la infiltración de la delincuencia organizada en la esfera política es innecesario en un foro que se asume como el motor de la transformación intelectual, y sería entendible merced de la "casta pensante" que en Puebla se reúne cada año.
Sin embargo, habrá quien considere que La Ciudad de las Ideas y sus patrocinadores pecan de venalidad al obviar un tema urgente para la salud de la república, para la gobernabilidad de un país horrorizado y en consecuencia de extrema urgencia para el Gobierno Federal en el que Roemmer cobra como miembro consular de la Cancillería.
La exquisitez de las expresiones con pretensiones culturales que año tras año congrega a un grupo de ilusos que suponen encontrarán el secreto de la piedra filosofal no es mas que eso: un conjunto de ocurrencias de un segmento de engaña bobos traídos a la escena por un grupo de mercaderes.
Es como la pieza de la obra de García Márquez en sus Cien años de soledad: Todos los años, por el mes de marzo, una familia de gitanos desarrapados plantaba su carpa cerca de la aldea, y con un gran alboroto de pitos y timbales daba a conocer los nuevos inventos.
Primero llevaron el imán. Un gitano corpulento, de barba montaraz y manos de gorrión, que se presentó con el nombre de Melquiades, hizo una truculenta demostración pública de lo que el mismo llamaba la octava maravilla de los sabios alquimistas de Macedonia.
Y así ocurre que el negocio redondo de este funcionario federal, que parece contar con la gracia del secretario José Antonio Meade, demostró para qué sirve este número anual, la adulación al poderoso y la ausencia de compromiso. 
Ignorar un expediente tan delicado como el de Ayotzinapa no sólo no lo borra de la escena, sino que evidencia una suerte de complicidad con un grupo que se enquistó en el poder público, en el PRD y en la esfera gubernamental. Roemmer, como Melquíades, el de la obra del Nobel de Literatura, nos ha traído otra "demostración truculenta".