Como rector de la Universidad Autónoma de Puebla, Alfonso Esparza Ortiz será testigo de al menos dos ceremonias de la transmisión del poder político. En Puebla cuando el 15 de enero de 2016 Rafael Moreno Valle Rosas haya terminado su periodo de gobierno y otro gobernador abra un nuevo periodo en la historia de Puebla, para lo que faltan apenas 15 meses.
Y tendría que suceder en 2018 cuando el Enrique Peña Nieto también entregue la estafeta presidencial a su sucesor, una vez terminada la gestión para la que fue electo en 2012.
Antes que llegue 2018, está 2017. En política los iniciados saben que antes que el 2 está el 1. Por eso Esparza Ortiz deberá preparar su propia sucesión al frente de la BUAP, que dirige desde el 4 de octubre de 2013, bajo la gestión gubernamental del inquilino de Casa Puebla en turno.
Nadie puede hoy sugerir que el rector universitario sucesor vaya a declinar al derecho de competir por un periodo adicional al que está en curso, como lo permite el órgano interno universitario.
Visto en perspectiva habrá tres periodos electorales consecutivos para el académico que resultó elegido por los factores que juegan en trances sucesorios.
En lista de espera la elección para gobernador en 2016; su propia jornada en 2017; y la presidencial en 2018. Dos líneas de texto que resumen un periodo convulso para la vida académica, aparentemente lejana a la disputa por el poder. No será fácil.
Así es la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla. Espacio dedicado a la enseñanza, el conocimiento y la academia. Pero es también factor de poder. Testigo y actor de la vida pública desde hace décadas, sus rectores han jugado papeles clave en momentos de la historia que yacen en los registros universitarios.
Tocará al oficiante en la oficina del Carolino atestiguar y ser actor principal de los procesos más intensos de la litúrgica vida democrática en Puebla, en la universidad y el territorio nacional.
Serán periodos en los que será puesta a prueba la autonomía universitaria, la libertad de cátedra y de pensamiento. Las mejores causas del conocimiento en materia de ciencias y humanidades están ahí, entre académicos y alumnos.
Digno de esa circunstancia el muro de los ex rectores en el Complejo Cultural. Antagónicos entre sí algunos de ellos, hasta los políticamente incorrectos según la perspectiva de la ortodoxia y la derecha, Luis Rivera Terrazas (1978-1981), Alfonso Vélez Pliego (1981-1984 y 1984-1987) o Samuel Malpica Uribe (1987-1991) han sido santo y seña de la riqueza intelectual de la Buap. La derecha y los conservadores han sido testigos de sus pasos por la vida pública de Puebla.
Por la historia que ha marcado a una de las universidades públicas más importantes del país, el rector Esparza Ortiz deberá ser factor de equilibrio en memoria de sus antecesores y del caudal de conocimiento que crece en el aula y el cubículo.
El segundo informe el próximo domingo 4 de octubre ofrecerá luces sobre el complejo panorama que espera en el futuro de los universitarios.
En el vértice sucesorio, como dogma de fe habrá que invocar la máxima universitaria: “Pensar bien, para vivir mejor”.
BUAP, en el vértice futurista
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